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Una cosa es que nos fastidie, que lo hace, y otra que no sea lo que aconsejan la lógica y las razones de política económica que el desafuero consumista no entiende. Otra también que en esta escalada de desigualdades económicas y esquizofrenia social el «no vamos a dejar a nadie atrás» se torne burla atroz, y siga ensanchando en un proceso que parece sin fin la grieta que separa a los que se salvan con mayor (cada vez mayor) fortuna del despeñe económico de los que se hunden cada vez más en la impotencia de la sucesión de despropósitos y crisis que les dejan sin trabajo, o con un empleo que no les permite subsistir, sin posibilidades de sacar cabeza en la vorágine del tejemaneje económico del día a día y, lo que es peor, sin esperanza para hurgar en un futuro mejor.

El drama, el verdadero drama de los shocks de los que ya no escapa el devenir económico de un mundo tan globalizado como polarizado en sus desigualdades es que deja una estela cada vez mayor de personas incapaces de sobreponerse a las adversidades. Un rastro insoportable de miseria, hambre (sí, hambre), y sobre todo desesperanza que hace inexplicable que la revuelta social no esté ya en nuestras calles, como lo está la polémica y el miedo a las estrecheces energéticas que se nos avecinan.

El descalabro que se abrió con la crisis de 2008 ha ido encadenando una sucesión de despropósitos con distintos matices en lo económico y un denominador común en lo social: el grupo de ciudadanos que vive entre estrecheces y privaciones es cada vez más grande. Inconcebiblemente nutrido en una sociedad que presume de multimillonarios fondos para la digitalización y las economías verdosas. Una legión creciente de atribulados seres cuyas expectativas se achican entre previsiones económicas hoy macabras, pero cuyas perspectivas no mejoran cuando la cosa pinta más optimista.

Lo verdaderamente terrible es que en este escenario está creciendo una generación para la que tener un bocadillo cuando acaba el cole es un lujo. Niños y niñas medrando en la necesidad y el desengaño. Condenados, dicen los estudios, a sobrevivir en la miseria. No. No puede ser. No debemos consentirlo. No vale todo. Subirán los tipos de interés y volverá la enésima recesión. ¿Dónde está el límite de sufrimiento que subleve a los excluidos? Creo que no queda mucho.