Casas sin puertas
Urge una reflexión profunda sobre el funcionamiento de las redes. Imposibles de guardar si no es con censura, al parecer, no cabe esperar una normativa seria que venga desde arriba, así que tendrá que ser, como se dice ahora, horizontal, siendo cada usuario comprometido y responsable. No voy a meterme en el patio de su casa de la ética, pero como mínimo me parece que tenemos que comenzar a conocer y respetar el hiato necesario entre adversario y enemigo. Habilitar unos modos y maneras que no vean en la crítica un ataque personal, ni en la defensa de unos valores contrarios a los nuestros un sujeto susceptible sobre el que poner una diana mediática para echar tierra sobre su persona. La jauría internáutica propende en exceso a eso que decía aquel revolucionario cubano: «el que no está conmigo, está sinmigo». El argumento «ad hominen» es la fase cero de la agresión, a las que siguen la demolición pública, la picota y las cunetas virtuales. Detrás de cada despreocupado like o corazoncito aprobatorio, aunque no seamos muy conscientes de ello, hay un involuntario cómplice necesario de las dilapidaciones en red.
Un contradictor no es, por naturaleza, un enemigo. El germen del dogmatismo está en ese ver al discrepante como pieza a batir. Es como si contrastar ideas y opiniones se nos hubiera olvidado, pero la polarización es sencilla de combatir: basta con prohibirse el insulto y la descalificación, que siempre es síntoma de debilidad. De respetar la libertad de expresión. Para terminar con la gran mayoría de las agrias discusiones en redes, ni siquiera habría que desterrar el insulto, que si es inteligente es la pimienta de las polémicas, bastaría con una sencilla norma: el primero que diga «fascista», pierde. Y no por el purismo de no desvirtuar su sentido real e histórico —si todo es fascismo, nada es fascismo—, sino por ir quitando de circulación un término tan ajeno a todos que siempre lo son los otros.
Aunque a veces pueda parecerlo, uno no es inocente. Sé que el curso superior de ignorancia es el único que tienen aprobado la mayoría de los opinadores de urgencia de las redes, que en muchos casos son simples depredadores, odiadores que pagan sus frustraciones íntimas con lo que creen un monigote oculto tras un «nick». Tipejos y tipejas tóxicos que no ven personas sino monos de Abisinia que derribar.