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Una de las grandes novedades de mi infancia, aparte de la tele y los yogures, fue el champú Sindo. Eran unos pequeños rombos transparentes y los había de brea, huevo, los que yo conocí, y de lavanda y mil flores, leo ahora. Lo de la brea era todo un signo de la era del petróleo. Fueron de los primeros envases de plástico que entraron en casa, antes incluso de que tuviéramos cuarto de baño. No recuerdo con qué nos lavábamos la cabeza hasta entonces, seguramente con el jabón que hacía mi madre en casa...

La modernidad se abría paso y en menos de medio siglo está agonizando de éxito. Hoy vivimos sobre una montaña de envases y no habría plomo suficiente que resistiera nuestro consumo de luz si no hubiéramos atizado con carbón a base de bien las centrales térmicas convertidas en cenizas en León.

Hace unos días me descubrieron el champú sólido. Fue en el mercado de La Olla Berciana que se celebra en Cacabelos el primer domingo de cada mes. Lo fabrica desde hace años una mujer que conocí de niña. Pocos días después oí hablar del champú sólido en la presentación del proyecto Sumar de Yolanda Díaz como una novedad aunque Paula lo elabora desde hace años para eliminar envases. Es una pequeña pastilla redonda hecha a base de plantas que aportan lo mejor a cada tipo de cabello. El champú sólido me ha hecho pensar en la necesidad que tenemos, en esta sociedad líquida, de cosas sólidas para afrontar estos tiempos en los que la incertidumbre y el miedo nos asaltan desde que nos levantamos hasta que conseguimos soltar el móvil para dormir.

El champú sólido es una esperanza para quienes creemos, con Margaret Atwood, la maestra literaria de las distopías, que «las utopías van a volver porque tenemos que imaginar cómo salvar el mundo». Parece raro que alguien que se anticipa en sus novelas a cosas que resuenan hoy (una pandemia acaba con el 99% de la población mundial en Oryx&Crake) crea, a estas alturas, en las utopías y que el mundo se puede salvar cuando el ecofascismo ya es una realidad y no una predicción alarmista de Antonio Turiel. El próximo invierno nos van a racionar el gas por el artículo 33, porque no quedan más bemoles que ir a una economía del decrecimiento aunque nos emboben con las previsiones del crecimiento del PIB como los trileros con las bolas. Aceptaremos el ecofascismo como el mal menor, mientras los ricos se quejan de los impuestos.

Margaret Atwood, más conocida por el éxito de la serie El cuento de la criada, inspirada en la gran distopía que amenaza a las mujeres, confesaba hace poco a Sandra Sabatés que trabaja con un grupo que investiga sobre las utopías prácticas. Yo pensé entonces en el champú sólido y en la capacidad de cada persona de construir utopías al mismo tiempo que combatir la distopía en la que vivimos.