Delito y piratería
La mayor parte de los delitos que suceden en nuestra sociedad son contra la propiedad. Atentar contra lo ajeno acaso sea el acicate mayor que encuentran no solo las mentes delincuentes sino cualquiera que alguna vez se atreva a soñar dentro de los límites del capitalismo salvaje. Porque a ver qué hay más capitalista y tentador que enriquecerse a costa del esfuerzo ajeno. El mal, según Karl Marx, es «la base firme, el puntal de todas las industrias y ocupaciones». Además, sostenía, era el gran principio que, tomados de uno en uno, nos transformaba en criaturas sociales.
Hay quien ha visto a la corrupción como el lado humano de la política, como si fuera la expresión de las personas dentro de la férrea maquinaria de los partidos. Pensando en un mundo de «bots» y algoritmos, cuyas redes sociales las gobiernan máquinas, igual no va del todo desencaminada esa idea. De las computadoras no habló Marx y, por tanto, no pudo atribuirles intenciones torcidas. En una sociedad deshumanizada, en trance de ser regida por la ponderación y el término medio que tan bien calculan los cerebros de silicio, igual acabamos identificando a las personas por sus actos perversos. Desde hace tiempo, más de la mitad de las entradas que aparecen en internet, y con las que algunos se encienden, tienen origen no humano: están escritas por programas que lo único que pretenden es crear opinión y obtener audiencia a toda costa. La gente, a la que se ha acostumbrado a pulsar teclas para «hablar» por teléfono con una voz enlatada, ni se percata de que participar en algunos hilos que no tienen filtros de reconocimiento es lo mismo que discutir con la máquina de tabaco.
A estas alturas del expolio continuado en que se ha convertido gran parte de nuestra política, no creo que nadie vaya a sentir ternura del chorizo que distrae unos milloncejos que son de todos hacia un paraíso fiscal. Sin embargo, no ocurre igual con la piratería, que se contempla con cierta simpatía desde el momento en que el «interés público» se ha privatizado y se nos dice que un Ponferradina-Sabadell genera más expectación que la final de la Champions. El ocio no es un lujo. Intuyo que va a seguir siendo difícil defender los derechos intelectuales y de emisión mientras el mayor delito se perciba en los negocios gubernamentales o en el precio de algunos productos claramente inflados.