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Los altos secretos de Estado ya no serán eternos. Pero seguirán siendo secretos durante cincuenta años.

La X de los GAL, el ‘Elefante Blanco’ del del 23-F, por citar dos de las grandes incógnitas de la historia reciente de España, seguirán bajo llave en algún fichero hasta medio siglo, prorrogable diez años si el Gobierno de turno considera que airear la información de esas carpetas clasificadas—y está por ver si de verdad contienen algo relevante— todavía compromete la seguridad nacional. Es el plazo que establece la actualización de la Ley de Secretos Oficiales de 1968 en la que se ha embarcado el Ejecutivo este verano para cumplir con los estándares europeos.

Las olas de calor que hemos sufrido en el mes de julio y todavía padecemos en agosto serán habituales. El cambio climático ha llegado para darnos una bofetada y habrá que acostumbrarse.

Lo vemos en los grandes incendios forestales, que dejan en evidencia la obsolescencia de los dispositivos de extinción y la ausencia de políticas de prevención serias. El campo se vacía. El monte se seca. No llueve lo suficiente. Y con cuarenta grados, el fuego se convierte en un fenómeno imparable.

Lo comprobamos también en el aumento de la mortalidad, en el ritmo de trabajo, en los golpes de calor que amenazan a quienes realizan un esfuerzo físico. Estamos todos más cansados. Más irascibles.

Pero somos tan cortoplacistas que nos enzarzamos en discusiones bizantinas sobre las limitaciones al uso del aire acondicionado o a la iluminación de los escaparates ante el ahorro obligado de energía que impone la guerra en Ucrania y el uso del gas como arma geopolítica. Preferimos calentarnos este invierno con la energía del carbón (en Alemania resucitan las centrales térmicas), aunque el uso de combustibles fósiles empeore las olas de calor pasado mañana.

«El mundo se va al carajo y la gente no se lo cree», leo que dice el periodista Máximo Pradera. No se lo cree como en esa película de Leonardo Di Caprio — No mires arriba — que cuenta en tono de sátira cómo un cometa se acerca a la Tierra y nadie escucha a los científicos que dan la alarma. Y todo me recuerda a aquella frase tantas veces atribuida a Einstein; la estupidez humana es infinita. Como los secretos de Estado en la época de Franco.