Lo que fue...
Era agosto de 1968 y, mientras en París digerían la resaca de un Mayo tumultuoso con más interruptus que irruptus, a mí me hizo cautivo Lastres. Me enamoré del sitio, de su mar, su playa, su puerto, su rula, sus acantilados perceberos, sus cuestas y su olor con color de marinería humilde que entonces vestía de mahón como bien lo predicaban los tendederos de ropa que eran en cada casita las banderas del esfuerzo y de una perreada vida a crédito hasta que las costeras del bonito y del bocarte les liberaran de deudas en la tienda de ultramarinos. Eran además mis primeras vacaciones reales, ¡un mes fuera de casa!, con los treintaitantos compañeros de curso que en septiembre nos echarían un hábito encima, alojados en la bella casona rectoral, allá en la cimera del pueblo más fatigoso de España con todas sus calles en cuesta pindia, gimnasio gratuito que hacía a su gente fibrosa (bajar desde allí al puerto o a la playa era y es puro montañismo). Y aún más que la playa, me prendó el puerto, siempre en afanoso trajín culminado con subastas de la pesca en una rula como ermita de guapa con canturreos cagaprisas del subastador y su campanil anunciando cada barco que llegaba; y aquel gran dique que abrazaba un apretuje sin fin de lanchones merluceros como el «Boreas» que me bautizó en marinería y botes de faenar mediano o pobre como el de un loco solitario que iba bautizando sus barquitas con los días de la Semana Santa y que salía a la mar cuando nadie se atrevía. A ese puerto bajaba yo algunos días a pescar a las cinco de la madrugada con Carlos Bañugues, mi instructor en caña de costa; y un caldero de panchitos era cada vez nuestra costera; las dos de cocina nos maldecían al tener que limpiar aquella interminable menudencia. En una de las tres fábricas de conservas que había en el pueblo nos daban una lata grande de migas y brozas de escabeches para macizar; y en un horno panadero comprábamos dos chuscos de pan tierno cuyo perfume aún me hornea la memoria... ¡qué más pedir a los 16 para ir madrugando a la libertad!... (continuará)