Las musas, las nadie...
La máquina de escribir de Virginia Woolf se cruzó con la máquina de coser de Virginia Calvo. Y del cuarto propio que se ha construido surge Coser la vida, la exposición que aloja la sala Provincia del Instituto Leonés de Cultura, inusualmente dedicada a las mujeres artistas y menos aún a una sola artista. Sin boato político, pero con la autoridad y el arropo que da el público, en este caso mayoritariamente femenino y muchas amigas y amigos, la artista berciana de origen, aunque madrileña de nacimiento, recordó que «nunca estudié mujeres artistas y cuando empecé todo el mundo me comparaba con hombres».
Las mujeres eran musas, pero no referentes. Algo que está cambiando con el cruce de máquinas y con el eco que muchas artistas, escritoras y también políticas hacen de la agenda feminista, de esa mirada sobre el mundo en la que las mujeres cobran vida independiente y tienen voz propia y dejan de ser las nadie de la historia. En Coser la vida, Virginia Calvo, a veces denuncia, a veces transforma, la mirada machista y misógina sobre las mujeres en un alegato, una burla de los estereotipos al romperlos con emociones que son propias y son comunes a todas. Se afirma, puntada a puntada, exponiendo su cuerpo, las líneas de sangre que marcan a las mujeres, y transforma los recuerdos vitales, guardados en cajas, en un diario de su vida y una metáfora de la vida de muchas mujeres. Ha creado su cuarto propio acompañada de las palabras indelebles de Virginia Woolf, conectada a su madre a través de la caja maravillosa de la que salen puntadas y el eco de tertulias en plena soledad confinada. La obra se gestó en la pandemia, cuando el tiempo quedó suspendido del miedo y muchas personas lo espantaron creando otros pequeños mundos más seguros y placenteros. Coser la vida es una estación a la que Virginia Calvo llega de la mano de las ninfas que creó en el apeadero de Bercianos del Real Camino, en aquellos tiempos en que no había Musac y hubo artistas que «hicimos muchas cosas y muchas locuras».
Que el universo femenino y los maltratos a los que el mundo patriarcal (y criminal) somete a las mujeres se cosan con las puntadas del arte es un aliciente para las marginales de la historia, el 50% de la población que históricamente ha sido invisibilizada. Esas a las que se manda callar, se las llama zorras en cualquier espacio público o privado; a las que se mata como a un posesión o a las que se puede violar a cambio de 80.000 o 6.000 euros de multa y un cursillo de educación sexual. Es el precio que la Fiscalía (o sea el Estado) ha puesto a dos policías de Málaga y al jefe de un explotación agrícola de Murcia por la agresión sexual a una joven y a una trabajadora inmigrante. Que las mujeres lo hayan aceptado para evitar su revictimización en un juicio no cuenta. Pero dice bien poco de la capacidad del Estado para proteger a las mujeres y mucho de cuánto se protege al machismo.