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Dos años en la vida de este perro equivalen a catorce de ministro, lo que debería elevar la consideración máxima y el respeto debido hacia la especie, que llegó hasta aquí a pesar de los pesares, y noches enteras en vela, de ladridos machacones a la luna y aullidos pavorosos, cuando el perro ve la muerte pasar, aunque no sea la suya. El perro es una de las aportaciones entrañables de los leoneses a la historia de España. Por eso no peleamos, ni los perros, el apellido que le asignan al mastín, que es leonés y es español, por ende, a riesgo de que, cualquier día, a los colonos illuminati de la Junta se les ocurra la idea cachonda de grabar en la corteza del árbol genealógico un castellanoleonés, así, todo junto, a caballo, sin vaselina, como los adjetivos del desempleo en el parte del ente público. De los mastines quedan las sesiones maratonianas de polvo, solana y raso, al pie de los rebaños y al pie de los pastores, entre dehesas y puertos, guardianes de la tradición que tanta riqueza generó a reyes, nobles y plebeyos; y leyenda, a mayorales, rabadanes y zagales. Y las estampas de agosto, de los perros hechos unos zorros después de madrugadas toledanas diente con diente ante las fauces del hambre de la sequía y la sangre, junto a los arroyos que convocan a depredadores y depredados a abrevar la sed que siempre sigue a las Perseidas. Las lágrimas de san Lorenzo son las del mastín, antes del cambio climático, después del cambio climático, en el mismo charco que guarda de la embestida de las alimañas, en el mismo charco en el que apaga al ser de día los calores del recalentón de la carrera y la refriega, del arriba, perros, arriba, y mi perra trujillana, que será el romance más glorioso que le ha regalado León a la etnografía comunal, también gratis, como el agua de la fuente. Dan ganas de llorar de emoción al ver al mastín, por lo que llevan encima el mastín y la mastina, que se dieron en llamar Tigre, Navarro, Chula y Galbana antes de adoptar los afijos rimbombantes que suben al escaparate a esta criatura mitológica. Un mediodía de estos, cuando la caldia del pastor cede el espacio merecido al fiel y noble compañero de batalla, compañero del alma de León, vale por un réquiem por lo que está por venir: se penaliza la gestación en las mastinas para financiar la reproducción de las bestias.