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Nunca una decisión política arbitraria e inexplicada adoptada por un solo ciudadano perjudicó a tanta gente. Me refiero al volantazo dado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la política oficial del Reino de España en relación con el futuro del Sáhara Occidental, antigua colonia española cuya soberanía reclama Marruecos soslayando el mandato de las Naciones Unidas y la reivindicación del Frente Polisario que cuenta con el respaldo de Argelia.

El cambio de Sánchez inclinando la posición de España a favor de Marruecos provocó la retirada del embajador de Argel y la puesta en marcha de una serie de medidas de represalia —restricciones al comercio bilateral— y, sobre todo: cambio radical en la política de suministro y precio del gas. Hasta entonces Argelia había sido nuestro principal suministrador de este combustible, circunstancia que —de no haberse producido el inexplicado cambio en el asunto del Sáhara— habría puesto a España a cubierto de las restricciones que ahora se anuncian en razón de la crisis generada a escala europea por la invasión de Ucrania y el manejo del gas por parte de Putin como un arma de guerra.

La inexplicada decisión de Pedro Sánchez de la que se habla poco —los medios afines crean constantes cortinas de humo para desviar la cuestión— está en el origen del agravamiento de una crisis que, entre otras consecuencias, está provocando la escalada de los precios de la electricidad, energía que en su fase de generación utiliza el gas natural.

A la luz de estos hechos no parece que el próximo martes en el debate del Senado el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, vaya a carecer de argumentos para colocar a Pedro Sánchez ante el espejo de su responsabilidad al haber provocado con el cambio en la cuestión del Sáhara las represalias de Argelia en el suministro de gas. Hecho que obliga a España a comprar gas procedente de los EE UU a precios muy por encima del que venía suministrando Argelia antes del volantazo. Veremos cómo se defiende Sánchez, a sabiendas de que es un experto en embarrar los debates y derivar a otros la responsabilidad de sus propios errores.