Diario de León

Antonio Manilla

En dichosa ignorancia

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Entre lo que sabemos y lo que ignoramos hay una extensa tierra de nadie en la que casi siempre estamos habitando. Digamos que es el terreno del «algo me suena», «he leído algún titular al respecto», «ayer en las noticias vi algo sobre eso». Nos pasa a todos: hay tantos asuntos y es tan acaparadora la lucha por la vida, que a la mayoría no nos queda más remedio que vivir en una dichosa ignorancia. Carecemos de tiempo y a veces hasta de ganas para intentar enterarnos de dónde sale nuestra ropa, qué torturas padecen los animales que nos comemos o por qué se considera a la agenda 2030 como un modelo urbano para el diseño de ciudades habitables por personas que no están haciendo turismo. Dilemas morales que pueden parecer insustanciales, aunque no lo son a poca sensibilidad que se posea, y que dejamos al margen del día a día por la causa mayor de sobrevivir lo mejor posible en este valle de lágrimas. De esta actitud pragmática ante la inmensidad de asuntos que nos incumben, pero no nos preocupan demasiado, surgen luego las hipótesis conspiratorias que a veces calan por la simplicidad de su mensaje entre algunos sectores o las no menos simplistas peatonalizaciones masivas de los centros de las ciudades.

Uno de esos temas que cada cierto tiempo levanta olas de aplausos o repulsas, al hilo de noticias casi siempre exageradas, es el de los alimentos manipulados por la ciencia. En realidad, el hombre lleva milenios domando a través de la hibridación o entrecruzamiento las plantas que se come. Viniendo a tiempos algo más modernos, durante el siglo pasado se intervino en más de tres mil especies vegetales a través de mutagénesis para traerlas al plato: irradiándolas con rayos gamma para criarlas, conservarlas y acelerar sus mutaciones. Para muchos, el límite está en lo transgénico, en el intercambio de genes entre diferentes organismos, pero el maíz y la soja que se dan a nuestras reses procede de esa promiscuidad biológica: cerca del 90% del pienso animal consumido en Europa ya es transgénico. Hacer resistente a una mazorca a bacterias y herbicidas, hasta ahora, no parece haber cambiado el sabor del queso o las chuletillas. Bill Gates anda desde hace años empeñado en diseñar una carne de origen vegetal que, nacida en laboratorios extensivos, resulte un sucedáneo aceptable de las hamburguesas. Si logra chuletones de Valles del Esla, carne de verdad, hablamos.

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