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«¿Está Cataluña dejando de ser independentista?». La pregunta se la escuché este domingo a un político del Partido Popular, conversando con él sobre el descenso de manifestantes en la Diada, convocada este año bajo una seria división de los partidos favorables a la secesión. Cierto que nada es como hace una década, cuando la Diada congregó a un millón de personas en el centro de Barcelona. Cierta es también la fractura entre Esquerra y Junts. Y es verdad que la situación es mejor que hace un lustro, cuando la efímera declaración de independencia de octubre de 2017. Pero un análisis más profundo muestra que no se ha extinguido el ansia de una parte considerable de catalanes por separarse de España: simplemente, han cambiado los métodos y los tiempos. Y, claro, los protagonistas.

Sería absurdo negar que la situación de Cataluña con respecto al resto de España está hoy mucho mejor que hace cinco años, cuando se decretó la entrada en vigor del artículo 155 de la Constitución y las fuerzas del orden hubieron de reprimir con dureza una sedición que llevó a instalar urnas para votar, contra toda legalidad, la independencia. Pero hoy Aragonés, un moderado de Esquerra, ha sustituido en la presidencia de la Generalitat al fanático Torra y a su antecesor, el aún más fanático Puigdemont. Y un Pedro Sánchez que ha puesto en marcha una mesa de negociación con el Govern de la Generalitat —esta mesa se reúne de nuevo en los próximos días, por cierto— ha reemplazado a Mariano Rajoy, que no supo ver ni controlar con tiempo lo que se nos venía encima a todos en la Comunidad de Cataluña. ¿Sabrá, podrá, hacerlo Sánchez?

De nuevo, la diosa Fortuna sonríe a Sánchez, también en lo relacionado con el ‘insoluble problema catalán’, como señalaba Ortega y Gasset. El presidente del Gobierno central ha apostado por la ‘conllevanza’ orteguiana, aprovechando los enormes errores de los líderes del ‘procés’, que han llevado al independentismo a la ruptura y a los ciudadanos al hartazgo. Dar pasos arriesgados y muy combatidos por la oposición, como propiciar un indulto para estos líderes, tras tres años de permanecer en prisión, ha contribuido, esta es la verdad, a suavizar las tensiones.

El más importante de los impulsores de este ‘procés’, Oriol Junqueras, tendrá esta semana, por primera vez desde su salida de la cárcel, comparecencias públicas en Madrid. Y aseguran que lanzará, ante políticos, empresarios y periodistas, un mensaje de moderación, muy lejano a los de su rival de Waterloo, Puigdemont, y a los de la parte más abrupta de Junts, como es el ejemplo de la destituida presidenta del Parlament, Laura Borrás. No puede pasar desapercibido el hecho de que la presencia del ‘héroe’ Junqueras en la ofrenda floral a quien es un icono histórico del catalanismo, el jurista Casanova i Comes, fuera abucheada este domingo por una parte de los asistentes más radicalizados.

Que Pere Aragonès, molesto con la actitud de Junts, no asistiese a la Diada de este año, y el que la delegación de Esquerra en el homenaje a Casanova fuese boicoteada por extremistas independentistas tampoco deja de resultar significativo de una caótica situación política. El hecho es que hoy, según los sondeos más optimistas para la Generalitat, poco más de un treinta por ciento de catalanes apoyaría sin reservas la independencia, casi un veinte por ciento menos que hace una década. Claro que tampoco puede decirse que sea entusiasta el apoyo al constitucionalismo, muy deficientemente representado a nivel político en Cataluña y con un Partit dels Socialistes continuamente atacado desde la oposición de la derecha por su tibia posición en cuestiones como el conflicto lingüístico en las aulas catalanas. No, el afán independentista no se ha extinguido en Cataluña. Pero, con todos los altibajos que usted quiera, incluyendo la desobediencia a las resoluciones del Tribunal Supremo en lo referente a los porcentajes de enseñanza del castellano en los colegios, yo diría que se ha decretado algo semejante a una tregua. Confiemos en que ambas partes, La Moncloa y el Palau de la Generalitat, sepan aprovecharlo. A ver qué nos dice Oriol Junqueras esta semana, a su paso por cenáculos políticos de Madrid. Prometo preguntarle: ¿a dónde va el ‘procés’, Oriol?.