Cerrar

Creado:

Actualizado:

El adiós de Isabel II tiene algo de paradójico. Su longevidad contrasta con la posible lectura sobre lo efímero. Sí, lo efímeros que fueron esos augurios de defunción tantas veces anunciados para su reinado, sumido en auténticos apocalipsis como con la muerte de Lady Di. Su hijo Carlos tampoco iba a reinar nunca, nos dijeron hasta la saciedad. Pero quizá esa permanencia de la monarquía sea un buen ejemplo de la enorme distancia entre lo que nos dicen y la inapelable dictadura que siempre supone la realidad. La vacuna contra todo esto, que pasa por aplicar dosis de inteligencia y valentía, resulta un camino demasiado ajeno para muchas personas.

Algo de esto se percibe también en el otro asunto de la semana, el de los impuestos. Sólo se nos muestra una cara de la moneda, la que incluye el rostro del monarca de turno. Pero se esquiva la otra, la cruz que supone ese ingente gasto público que en no pocos frentes se merece, sin paliativos, el calificativo de despilfarro. Nos encaminan hacia una sociedad hipertrofiada por las subvenciones, cursos, campañas y cargos... Como ocurre en los populismos, o en territorios más cercanos en los que se crearon cortijos —valga como ejemplo Andalucía— con voluntades compradas pueblo a pueblo. Aquí el asunto es mucho más extenso e incluye paraísos fiscales autonómicos, vacaciones fiscales... trampas en el tablero de juego que otorgan privilegios a los de siempre.

La Iglesia fue pionera hace ya mucho tiempo en la implantación de la educación. Y también lo fue en la sanidad y más modernamente en lo que se denomina ahora como el tercer sector. Lo público fue asumiendo paulatinamente esas funciones con unas premisas de universalización que facilitan una calidad de vida a una buena parte de la sociedad impensable hace no tantas décadas.

Estos días, lo comentaba un conocido eclesiástico, la Iglesia vive una reforma interna para adaptarse a los tiempos. Probablemente acuciados por la falta de clientes y de operarios. Pero lo cierto es que asume ese mundo rural vacío como no lo hace la sociedad civil. En las instituciones nadie osa meter la mano en el avispero. Y menos, en año electoral.

Por eso, como si fuese un botijo, se mira hacia el orificio de entrada en las cuentas públicas. Pero sin repensar el inmenso cráter de salida... Y el ciudadano, con los impuestos en el cogote.... apercollado... como siempre.