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A mí me pasa como a Manuel Vilas. Hay dos cosas que me fascinan. Una es la gente que lleva ropa blanca y parece eso, blanca. Aunque no sea nueva, hay personas que son capaces de mantener en las prendas el mismo color (o casi) que cuando salieron de la tienda. Siempre los he admirado por una cuestión lógica: yo no lo he conseguido todavía.

La otra cosa que llama mucho mi atención es el grado de obediencia que tenemos los españoles. Nos persigue la fama de juerguistas y siesteros, pero a obedecer órdenes de escasa lógica no nos gana nadie.

El otro día fui al centro de salud. Era una revisión pediátrica rutinaria. En mi afán de acabar lo antes posible con las tareas cotidianas que me lo permiten, cogí hora demasiado pronto. Llegamos al centro de salud con el tiempo justo, pero en la puerta nos dimos cuenta de que no llevábamos mascarilla. Fuimos corriendo a la farmacia en un intento de zanjar cuanto antes el asunto, pero estaba cerrada y yo ya no acostumbro a llevarla encima. Me he hecho objetora ahora que me dejan.

Como un guerrero ninja intenté acercarme a la recepción para mendigar una mascarilla. Aguanté el chaparrón y conseguí una con malas caras. Pero necesitaba dos más. Así que, me armé de valor y fui a la otra esquina para suplicar a otra persona distinta una nueva. En esta ocasión su compañera de puesto se unió al rapapolvo, pero yo tenía la firme intención de salir de allí cuanto antes con la revisión hecha. Así ya no quedaban almas caritativas a las que pedir el último tapabocas que me hacía falta. A la desesperada encontré una mugrienta en el coche que me sacó del apuro. Entre tanto escollo a salvar se nos pasó la hora, tuvimos que esperar otra más y perder un tiempo que, al menos a mí, me hubiese gustado emplear en otros menesteres.

Todo por la obligación de usar mascarilla en un centro de salud. Digo yo que si allí hay más posibilidades de contagio que en una concentración de peñas de San Froilán, por ejemplo, o que en un concierto de rock. No sé. Lo de las restricciones es algo que me choca y que va en contra de la inteligencia humana. La excusa es que lo dicen los expertos, pero ¿quiénes son esos expertos? Y ¿saben más que los expertos de otros países, acaso?

Las autoridades deberían recomendar, no obligar. Y no critico en absoluto a quien la lleva, lo que me molesta es la imposición porque sí. Y que me echen la bronca.