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En la Cabarca del Infierno, un día de nieve en el mes de febrero de 1951, atraparon a 32 hombres que subían a rapiñar wólfram en los filones de la Peña del Seo. Llevaban un trabuco. Pero ninguno se resistió cuando la Guardia Civil les dio el alto.

Eran tantos que para bajarlos al cuartel los organizaron como una cuerda de presos. Y les hicieron una fotografía. El autor de la imagen era Arturo López Quereño, uno de los empresarios de la Compañía Minera Montañas del Sur; la empresa que se disponía a explotar la mina de wólfram de la Peña del Seo y que estaba a punto de construir el poblado de La Piela; 41 viviendas en la ladera del monte donde alojar a los trabajadores. Los furtivos pasaron la noche en el calabozo —me contaba hace diez años el nonagenario Eugenio de Paz, que fue jefe de servicio de la compañía— y al día siguiente quedaron en libertad. La empresa no los denunció.

Aquel fue el último coletazo de la fiebre del wólfram. Y se cumplen ahora ochenta años de la calentura colectiva que sufrió el Bierzo por el mineral de la Peña del Seo. En plena Segunda Guerra Mundial, los alemanes y los aliados pugnaban por llevarse el mineral usado para endurecer el blindaje de los tanques y los cañones nazis. Y pagaban auténticas fortunas, unos por trasladarlo a Alemania, con escala en la mítica estación ferroviaria de Can Franc, en el centro de los Pirineos, y otros por arrojarlo al mar.

El wólfram está detrás de otro mito literario; el de la Ciudad del Dólar, así llamaban a la Ponferrada de aquellos años, donde corría el dinero, proliferaban los prostíbulos y los locales de juego. Y se pagaban apuestas con piedras de tungsteno, ese era el nombre que le daban los aliados.

Son ochenta años ya. Los que enfermaron de aquella fiebre ya no están entre nosotros. Y se van muriendo los que sobrevivieron al arsénico de la mina. Por eso es tan importante que Corullón haya conseguido dinero para restaurar una parte del poblado de La Piela. La memoria de tantos mineros, contrabandistas, espías, y de todos los vecinos de la zona que también ‘apañaron’ wólfram en la Peña del Seo antes de que abrieran la explotación, merece que no se pierda un lugar donde todavía se escucha el eco de la mina, y las huellas de pisadas en la nieve, a poco que uno se quede en silencio.