Trampas en educación
S i de algo dependemos como país, como comunidad y como personas es de la educación. Esa es la inversión más importante y con más réditos para el futuro y así debería ser contemplada en los Presupuestos Generales del Estado. En un Estado Social y de Derecho hay dos cuestiones que también deberían ser básicas: nadie debe quedar atrás y la mejora de la enseñanza nunca vendrá de la ideología ni del sectarismo.
En España, donde la enseñanza es obligatoria hasta los catorce o dieciséis años, desde hace más de cincuenta años, llevamos décadas con experimentos pedagógicos con pésimos resultados, con ocho reformas educativas en apenas cuarenta años, la casi totalidad promovidas por Gobiernos socialistas. Y en algunas cuestiones estábamos -y seguimos estando- tan mal, que no era muy difícil mejorarlo. Si se hiciera, y debería ser obligatorio, una evaluación del impacto, la aplicación y los resultados de todas las leyes, las educativas no pasarían la prueba del algodón.
Acaba de publicarse otro informe de la OCDE que sitúa la cuestión. Un periódico -que se define por su cerrado apoyo al Gobierno de Sánchez y su pertinaz ataque al PP, antes a Casado, ahora a Núñez Feijóo, y siempre a Díaz Ayuso- titulaba en un primer momento la información de la OCDE: «España mejora lentamente su nivel educativo».
Los datos son tercos: los adultos que no han pasado de la ESO son un 37,1 por ciento (en la OCDE el 20,9). Los jóvenes (25 a 34 años) que no han pasado de la ESO son el 28% (en la OCDE, el 14), el porcentaje más bajo de la OCDE, lo que les penaliza a la hora de buscar un empleo incluso de baja calidad. Tenemos un 19 por ciento de ninis, que ni estudian ni trabajan.
Para arreglar eso, y mejorar las cifras de abandono escolar, las distintas leyes educativas, y especialmente la LOMLOE, han apostado por bajar permanentemente los niveles de esfuerzo y permitir pasar curso incluso con varias asignaturas suspendidas. Y, por el contrario tenemos un porcentaje de titulados universitarios prácticamente igual al de los países más avanzados, aunque los sueldos de los nuestros son claramente inferiores, lo que explica, entre otras cosas, la fuga de médicos, enfermeras y otros profesionales a otros países.
Muchos universitarios, pocos estudiantes y titulados en FP y un ejército de fracasados en la educación básica. ¿Por qué falla nuestra educación? Por leyes cargadas de ideología que buscan adoctrinar y no educar, por el descenso continuo del nivel educativo, po r la burocracia, por la falta de formación e incentivos al profesorado y también por la baja evaluación permanente de sus competencias, por la excesiva sumisión a los currículos oficiales, por la falta de capacidad de decisión de los directores, por la creación de nuevas figuras -como «los coordinadores de Bienestar», sin medios, sin formación previa, sin tiempo para prepararlos-.
Pero sobre todo por la falta de un debate con la comunidad educativa y un consenso político que evite que la escuela sea una cancha política de pensamiento único y acrítico.
Decía el llorado Jesús Quintero que «los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación. Saben leer y escribir pero no ejercen. Cada día son más y cada día el mercado los cuida más y piensa más en ellos... Todo es superficial, frívolo, elemental, primario, para que ellos puedan entenderlo y digerirlo. Esos son socialmente la nueva clase dominante, aunque siempre será la clase dominada precisamente por su analfabetismo y su incultura».
La educación es todo lo contrario y no debemos permitir que nos hagan trampas.