La ley trans
La ley trans no se va a aprobar porque borra a las mujeres de la sociedad al acabar con la biología. Yo no soy mujer porque me sienta así. Yo soy mujer porque tengo vagina (creo que esto lo he escrito ya varias veces). El género no existe más allá de la gramática, aunque sea verdad que el lenguaje nos conforma como personas. Esta manía que tienen algunos/as/es de hacernos pensar que la voluntad es un derecho no deja de ser una manera de pervertir la realidad y, si se trata de niños y adolescentes, es una aberración. La disforia es real, pero no se puede convertir en una moda. Banalizar la genética, acabar con la ciencia y convertir a la gente en cobayas en virtud de la ideología puede llevar a cientos o miles de personas al fracaso vital.
A los niños hay que ayudarles, a todos, y a los adolescentes, más. En una época de la vida en la que todo parece demasiado leve como para resultar real no parece demasiado adecuado que banalicemos la existencia hasta límites que podrían llevarnos a acabar con todo.
Sí, en ocasiones la biología se equivoca, pero no es lo habitual. La excepción es siempre lo que confirma la regla. Y pensar que un día podemos creer que nos viene mejor ser mujer porque nos hemos levantado con ciertos intereses que no encajan con lo que la sociedad arbitra no deja de ser una muestra de que cada uno de nosotros es único, de que hay miles de respuestas a la misma pregunta, de que la conjunción entre el ser y el estar, entre el yo y la circunstancia, siempre es mucho más fuerte de lo que las nuevas teorías queer quieren hacernos creer.
No hay nada más frágil que un niño que sufre. A lo mejor, todo se resuelve con más inversión en psiquiatras y psicólogos clínicos, aunque los endocrinos también juegan su papel en muchas ocasiones. Hacer creer a quien no tiene la capacidad de mirar hacia atrás que sus problemas se resuelven con una visita al registro civil o con un tratamiento hormonal no es más que un medio de eliminar la complejidad del ser humano. Y hay veces que no hay reversión posible.