Un soplón por ascensor
Todo lo que tenía León de Alemania eran los colmenares de la trashumancia; por el contra luz del filtro de la bruma y el oreo de la mañana, que simulan las cajas de viviendas unifamiliares entre el Marzahn del Berlín Oriental que sobrevivió al Charlie Checkpoint. Colmenas de colores chillones, azules y naranjas, el verde que refleja en los silvares, para que los osos daltónicos y con olfato atrofiado pasen de largo y perdonen la bolsa y la vida de la miel. León es más de episodios mexicanos, con esos vehículos japoneses de alta gama de la CHD y la Junta (cuántos matriculados aquí, por cierto), que viajan en convoyes de camionetas igualitas a las de los altos comisionados tribales de Sinaloa y Jalisco. Se inaugura una nueva era de relaciones, que deriva de la exigencia de cumplir con la obligación moral de defender la doctrina ideológica que salpica todos los órdenes de comportamiento. Los primeros agentes de la autoridad que no se graduaron en la loca academia de policía salieron a la luz en la ventana que da vista a los parques, con el dedo acusador contra el diabético obligado a estirar las piernas en mitad del toque de queda que ensayó el comunismo férreo del control poblacional, que tanto le gusta a los domadores del circo del Gobierno. Luego, la policía montada de los ascensores y los rellanos de escalera, porque a fulanito del tercero se le ocurría encender el cigarro en el portal y cruzar sin mascarilla la puerta del ambulatorio; el último cuerpo especial de informantes a favor de obra tomó posesión del cargo para alertar de los excesos del termostato y la turbina del aire acondicionado con motivo de este último verano apocalíptico que los meteorólogos del más allá del cambio climático amenazaron con hacer infinito, a fin de engrosar la saca de votos del poder. El gran hermano vive al otro lado del pladur. Acusones, acusicas, soplones; lo de toda la vida del cainita envidioso, pero a sueldo de la revolución de los pedretes. La Stasi se alimentó de la paranoia colectiva que instigaban sus mirones. Lo que sobran son delatores dispuestos a redactar informes a la central. Con todo, igual no les basta. En la Alemania soviética había más espías que habitantes. Y se tuvieron que enterar por Radio Vaticano de la costalada con el Muro.