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Si te duele la garganta, le rezas a san Blas e intercede por tí; ¿te duele la cabeza?, rézale a san Acacio; ¿quieres buen parto?, a santa Margarita; ¿tienes animales domésticos malitos?, a san Jorge; ¿andas epiléptico?, a san Vito... Ya en el albor del cristianismo se inventó la hagioterapia (hagios, sagrado), santo remedio. Predicar milagros y asegurar el Cielo a los pobres fueron clave de éxito en la expansión del cristianismo. Pero se acabó exagerando tanto en reliquias y portentos (a menudo patraña piadosa y negocio), que en el siglo XVI la mitad de la iglesia católica se fue por la senda protestante. No por eso se corrigió el tiro, el número de santos y su especifidad en dolencias siguió creciendo. Y así, contra la ceguera, santa Lucía; contra los desmayos, san Valentín; contra la esterilidad, santa Águeda de Catania; contra el tifus, san Abelardo de Corbie; contra la viruela, san Matías; contra la diabetes, san Rafael Arnáiz Barón; contra el dolor en el brazo, santa Amalberga; contra la apoplejía, san Andrés Avelino; contra el alcoholismo, san Juan de Dios; contra la apendicitis, san Erasmo de Formia; contra el mal en las articulaciones, san Felipe de Neri; contra los calambres, san Pancracio; contra abortos, santa Catalina de Suecia; contra la demencia, santa Filomena; contra el dolor de muelas, santa Isabel de Hungría; contra la otitis, san Cornelio; contra la erisipela, san Cástulo; contra las hemorroides, san Flacrio; contra la úlcera, santa Aldegunda... y así hasta más de doscientos intercesores componiendo una insuperable botica celestial en la que no falta un san Drogón contra las depresiones (no es broma, san Drogón existe). Así que cada santo sigue en su comercio de estampitas, medallas, telas tocadas a su cuerpo, secretariados... y la nave va. Pero no se ven patronos contra el sida, cáncer, covid, infartos, malarias, indigencia energética, paro, stress... No haya pudor o miedo en fichar nuevos santos. Parecerá anacrónico, pero ir hacia atrás es siempre una garantía popular para cualquier religión. (Y que no lea esto el consejero de Sanidad o comenzarán a recetártelos).