Germinarán en los árboles
En esta «sociedad del cansancio», según expresión del pensador surcoreano residente en Alemania Byung-Chul Han, las tradiciones suelen perdurar cuanto más vinculadas están a las raíces, aunque sea principio que, en un mundo de cambios profundos y permanentes, tampoco tenga la cobertura de total fiabilidad. Mañana, Día de Todos los Santos, es uno de esos días en que el regreso a las raíces silenciosas de los recuerdos llena iglesias y cementerios. Punto de encuentro en que parece sustantivarse, con los filtros del cristianismo y occidente, la presencia de los manes romanos, los espíritus de los antepasados que oficiaban de protectores del hogar. Una especie de respeto colectivo a quienes nos han precedido, vinculados a la sangre sobre todo, y que no están entre nosotros. Las flores en sus tumbas son señal de recuerdo y de nostalgia.
Saber esperar, la paciencia resistente es una gran virtud que se aprende con frecuencia en los viajes, aunque algunos destinos y circunstancias sean especialmente significativos en este sentido. Por ejemplo, en la construcción y disposición de cementerios y enterramientos, vinculados en no pocos casos al propio concepto de la muerte. Seguro que quienes lean estas líneas pueden aportar su propia experiencia.
Cuento la mía, reciente. Ocurrió en un país africano. Acompañé desde la capital a un amigo hasta su poblado de nacimiento, donde están enterrados sus padres, un lugar que responde a los parámetros de lo que se ha dado en llamar África profunda. Un viaje de más de cuatro horas bajo la lluvia y el calor, que justifican esa generosidad y exuberancia de la naturaleza.
Las tumbas están al borde de un camino de tierra, en el bosque, sin muros ni señales que marquen ningún límite. «Está claro —me explica—. La muerte no tiene límites. Nadie puede ponérselos. ¿Lo vamos a hacer nosotros?».
Hay un silencio sepulcral, nunca mejor dicho. Solemnidad de la naturaleza. Me mira a cierta distancia, contemplando la espesura del arranque de la selva. Sentencia: «Los cuerpos germinarán en los árboles».
El regreso es sosegado, gratificante diría. Hay una luz que irradia paz en el rostro de mi amigo. Pienso que el resumen simbólico del árbol como vida inagotable, tan valorado por ellos, equivale a inmortalidad. Quién sabe. ¿Dependerá acaso de la profundidad de las raíces?