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El concierto fue el 22 de junio de 1992, lo recuerdo perfectamente porque tengo la entrada en la mano. Lo programó el Ayuntamiento de León e incluía a Jerry Lee Lewis, Chuck Berry y Bob Diddley. Un día antes del mismo, un fax del manager de Lewis certificaba que su representado se encontraba indispuesto. Un fiasco, pero al menos uno ya lo había disfrutado años antes en Madrid. En las entradas de León, aparece su fotografía junto a la de quienes en teoría iban a ser sus compañeros. El espectáculo, pese a ello, fue fantástico. Al salir, le dije a mi mujer: “Algún día, esta entrada con la imagen de Jerry Lee valdrá un millón de dólares”. Y ella me contestó: “Vale, pero si te ofrecen menos lo aceptas”. Humor conyugal, ya saben. Lewis hubo de tenerlo a raudales, se casó siete veces. Le sigo escuchando mucho, sobre todo en su registro country y boogie-woogie, hacia el que fue evolucionando tras su primera caída en desgracia. Tan pecador como un dado en Las Vegas y a la vez hombre de fe, como hijo del sur profundo. Se mencionaba siempre a sí mismo en las letras, por travieso narcisismo y por complicidad con sus fans. Virtuoso pianista, gran voz. Artista completo. Potenció su mala imagen mezclando realidad y ficción. Pero alguien que llevaba desde 1966 en sus actuaciones al mismo guitarrista —Kenny Lovelace— hubo de tener más lados soleados que sombras. “Mi amigo se ha ido a estar con el Señor,” ha escrito Lovelace. De joven y de ya no tan joven, fue bebedor, adicto y violento. La difícil adolescencia le duró cinco o seis décadas, incluso siete. Una vez superada esta, pasó directamente a la madurez rebelde.

Su última grabación fueron temas de iglesia, aprendió a cantar de niño en ellas. Se pasó la vida cantándole a su santa madre. Y puso todo el corazón al interpretar Mama it’s one for you: “Y ya no tengo miedo, mamá/ nunca sabrás cuánto te amo/ Ya no tengo miedo/ finalmente crecí”.

Se autodenominaba the killer, el asesino. Y aquí a sus admiradores nos dejó colgados, pese a que el concierto estaba patrocinado por los Servicios Funerarios de León. En fin, sin rencores, Jerry Lee, y gracias por casi todo. Por cierto, ¿cuánto te ha cobrado la agencia de mudanzas por subirte al cielo el piano?