Viaje al desconcierto
Está tan de moda la alusión al metaverso que, al margen de no entender nada por mi parte, suscitó la curiosidad. No sé si llego a conclusión alguna en esta fusión de la realidad física con la virtual, acaso porque el metaverso, no sé por qué, se me antoja una metáfora del mundo real. El mundo real parece cada día más metafórico. Hasta es posible que lo sea, aunque seguramente deformado, desconcertante. La indecisión es siempre arma con pólvora mojada.
Creo que he viajado hasta las fronteras del metaverso. Las gafas y el casco de la realidad virtual son otra metáfora, la metáfora del transporte que no produce monstruos como el sueño de la razón pero puede producir mareos característicos. Es una advertencia. Agárrese con convicción si teme precipitarse entonces en el vacío estrellado y fosforescente del universo que golpea la vista con insistencia y sin interrupción. Siempre es confuso saber si la ficción explica mejor la realidad que la realidad misma, aunque, dadas las circunstancias, cada día apuesto más por la primera opción.
Viajar a una jungla de metáforas -¿no será acaso la vida una metáfora también?- produce cierto desconcierto, a pesar de trasladarme al concierto de una orquesta sinfónica. Impactante. Sonaba Beethoven solemne y turbulento. Los intérpretes estaban a mi lado. Recorrí cuerdas e instrumentos, gestos, movimientos y miradas como si fueran propias. Madera, metal, alma: acaso fuera suficiente, necesario posiblemente. No parece difícil entrar en la irrealidad, o en la realidad virtual, en la ficción preestablecida. De ahí, pienso, que en determinados ambientes y sectores se recurra hoy a uno de los conceptos de la nueva terminología, el metaverso: mediante una estudiada puesta en escena quieren conectarse con nuestras emociones primarias.
Un detalle. Nadie me ofreció la batuta. La verdad es que no habría sabido qué hacer con ella. Pero esta carencia, también desde el ámbito de lo metafórico, permite deducir que actuar es ya harina de otro costal. Ir más allá del metaverso es asunto que aún queda por explorar. Las incógnitas se trenzan en un tapete que no tiene límites. Nunca se sabe si vivimos inmersos en un mundo de contradicciones o de sorpresas. Qué sea mejor tiene difícil respuesta.