Cerrar

Creado:

Actualizado:

La previsibilidad con la que los ejércitos turísticos leoneses, varios y dispersos como si anduviesen en distraída retirada, acuden a la feria turística Intur en Valladolid debería poner en guardia a quienes del sector pretenden vivir. Si nos ponemos estupendos, al empresariado en general y la ciudadanía. No parece el caso que si los afectados no despiertan, se incite al resto a dejar de dormitar y reaccionar.

Fronteras adentro se repite cuando toca el soniquete de que el turismo aquí pinta mucho, y que tenemos atractivos para dar y tomar (eso es puritita verdad) que el universo mundo está deseando disfrutar y degustar. El patrón de potenciales comienza a repetir, no tanto por reiterado sino por falto de elaboración y aderezo que lo haga de una puñetera vez digerible para el patrón del viajero que nos toca conquistar. Ni tan cambiante ni tan imprevisible, la verdad.

Ayer plantamos nuestros reales en Intur, y cumpliremos cuantos networkings y vídeos nos soliciten, faltaría más. En el ensordecedor guirigay de la inauguración cada cual soltó su perlita sobada y consabida, como es de rigor, a sabiendas de que la cosa es puro trámite y en tal escenario no hay quien escuche. Otras localidades se han apurado días atrás en orquestar presentaciones más rumbosas. No es el caso de León (a excepción del Consejo Comarcal del Bierzo).

La ciudad apuesta por vender un turismo gastronómico en el indefinido concepto de la calidad y la tradición, y pone un leve acento en un negocio de congresos que no acaba de articular con la previsión que el sector exige. El consorcio (en el que en teoría van de la mano Diputación y Ayuntamiento) saca de nuevo a pasear el urogallo por ‘los siete reinos de la diversidad’, las benditas reservas de la biosfera, aderezadas a última hora con el extraordinario reconocimiento de la FAO. Todo ello envuelto en eslóganes repetidos una y otra vez. Así nos hemos plantado, de nuevo, en Intur.

El cambio de hábitos favorece al turismo interior, al que ofrece un León que parece no aprender nunca la lección. Las instituciones cumplen religiosamente el trámite administrativo de pagar sus cánones y acudir a las citas programadas, con una actitud robótica que no tiene nada que ver con la inteligencia, ni artificial ni natural. Ni política, como cabría exigir. La competencia es cada vez más dura, la indolencia cada vez más insoportable. Basta ya de ese ‘si hay que ir se va, pero...’