La espada de Damocles
Aquí estamos en modo elecciones. Permanentemente. Eso sí, alejados, muy, de la realidad. Entre esta y quienes dicen amarnos tanto hay trazadas dos infinitas líneas paralelas. Como decían los personajes de Jane Austen, hablamos pero no nos entendemos. Y eso que Rousseau afirmaba que el origen del lenguaje fue el amor. A lo que se ve, hay amores que matan.
Amores convertidos en permanentes espadas de Damocles. Y es que hay no pocos espacios de trabajos, para muchos jóvenes especialmente, por mor de la precariedad sobre todo, que se convierten, en verso de Juanmaría G. Campal, en “impúdico masacrar de derechos”. Espacios estructurados con barniz social, pero sin alma, a los que sus responsables, más preocupados por lo suyo, ni atienden ni vigilan esos derechos elementales prácticamente liquidados a cambio de una pizca de miseria ante la que Dickens posiblemente se quedaría corto hoy. No pocos, de distintos sectores, hablan de la moderna esclavitud que no les permite, en nada y para nada, planificar su vida. La vejación como sistema. Y es que, además, en no pocos casos, la tensión y la ansiedad crecen bajo la inseguridad de los contratos de brevísima duración, en el caso de que se renueve, con mayor peso de la espada de Damocles, y la falta de perspectiva vacacional. La suma de abusos, amparados en triquiñuelas posiblemente legales, desprecia la vida laboral de muchos jóvenes y no tanto. La pobreza, la necesidad de trabajar para sobrevivir lleva a la obediencia sumisa, a veces a la pérdida involuntaria y dolorosa de la dignidad.
Miren a su alrededor. Escuchen los regidores del asunto. Es real y diario. Tomen medidas para evitar quiebras en los proyectos personales, sobre los que nadie tiene derechos, solo debería ser respeto. ¿Quién pretende ampararse en esa pérfida acusación de carencia de cultura del esfuerzo? ¿Quién puede erigirse en la voz ejemplificadora de dudosa ejemplaridad? ¿Quién desde las instancias de la abundancia que multiplica por mucho las escaseces de los desfavorecidos por una realidad poco justa puede predicar las benevolencias infinitas del sistema? ¿Qué ejercientes profesionales de la cosa pública, de tantísima inutilidad en tantísimos casos, se atreverían a condenar estas situaciones a las que, en el mejor (ironía) de los casos, están destinados muchos de sus representantes (es un decir) y seguramente ellos mismos en caso de…? Las florituras en el aire son más inútiles cada día.