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Vestían pantalones de trabajo, o quizás un mono azul cubierto con un jersey. Calzaban botas de agua embarradas. Pisaban piedras y charcos. Y se cubrían la cabeza con pasamontañas que les dejaban el rostro al aire.

No me canso de mirar la fotografía en blanco y negro que sirve de cartel a las próximas fiestas de Santa Bárbara , patrona de los mineros, en Santa Marina de Torre ; dos chicas abrazadas, Sara Fernández y Amparo Castro, dos adolescentes de no más de 16 años que posaron en una calle empinada del pueblo en el año 1966, después de volver del trabajo en el cargue y en los lavaderos de alguna de las minas de carbón que rodeaban la localidad.

La imagen —se aprecia una señal de Stop, una cuesta de barro— muestra el rostro inocente de Sara, que no se atreve a mirar a la cámara, y la mirada decidida de Amparo, que mete el dedo de la mano que le deja libre el abrazo en el bolsillo izquierdo del pantalón, como hacían los chicos, y le clava los ojos al fotógrafo, casi en un gesto de desafío.

Aquí estoy yo, parece que le diga. Aquí estamos las dos.

Y son dos de las mujeres del carbón, de las solteras de Santa Marina de Torre que trabajaron paleando mineral porque nunca les dejaron picarlo. Mujeres que tenían una corta vida laboral, hasta que se casaban, y que ganaban menos que los hombres. Algunos de sus novios, me cuentan, trabajaban en las mismas explotaciones y era allí donde se intercambiaban cartas de amor. Quién necesitaba cartero...

Oficio duro el de los hombres que sacaban el mineral de las entrañas del monte. Y oficio duro, muy duro también, el de las mujeres que se deslomaban con una pala en los cargaderos, en las líneas de baldes que trasladaban el carbón en teleférico hasta Brañuelas.

Veo más fotografías de la colección de la asociación Carqueixa, que organiza la jornada sobre ‘La mujer y la mina’ en Santa Bárbara. Rostros tiznados, mujeres que fuman junto a los hombres después del trabajo. Mujeres en falda o en pantalón.

Y vuelvo a la foto del abrazo. Me dicen que Sara vive en Barcelona. Amparo no se ha movido de Santa Marina. Y la imagino cincuenta y seis años después, con el dedo izquierdo en el bolsillo, diciéndole a un nuevo fotógrafo; aquí sigo todavía, aquí estoy.