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Antes de aquella nevera que compró el abuelo Severino y que no gastaba luz, sino barra de hielo que a diario había que meterle a su «ático» (el «federífico» vendría después), la primera que conocí era otra cosa y estaba en los altos del barrio de San Esteban. Se trataba de un gran cráter de unos quince metros de hondo y cincuenta de diámetro y cuyo origen era indudablemente romano (junto a ella corrió el acueducto de la Legio VII) como tantas otras neveras similares que se ven aquí y allá; en Valderas la hubo y en San Esteban de Nogales, en Castrocalbón, Oviedo, Salamanca, Mérida... Y ahora sabemos de otra más aquí, en Sorriba del Esla, un «pozo del hielo» en el que se gastará la Junta treintamil pavas euracas para «ponerlo en valor», que se dice; ¡y qué menos!, ilustrísima, ese «pozo de la nieve» es pura arqueología, huella sagrada y otra lección más, la de un histórico negocio y un oficio extinguidos para siempre no hace tanto aún, aunque el origen de este de Sorriba no es nada romano y datan su construcción en 1714; tiene una boca de tres metros y tres de hondo; chiquito, pues. Pero la gran nevera que digo arriba daba puerta a Cantamilanos a la vista de los cuarteles de Almansa (Altos de la Nevera sigue llamándose el lugar) y ya ni era nevera cuando la conocí tarasqueando en las pindias cuestas de su fenomenal cráter convertido entonces en desvergonzado vertedero de escombro, escoria y porquería con su charca inmunda al fondo donde cazábamos salamandras para hacerles injurias, aunque nos aterraban porque podían escupirte a los ojos y te quedabas ciego, esa patraña corría; y también fue escenario de nuestras guerras contra los de Corea. La técnica nevera era sencilla: acarrear nieve a su foso en invierno apisonándola para que acabara haciéndose hielo e intercalando «mantas» de paja para, finalmente, cubrirlo todo de hojarasca, ramaje aislante y tierra, lo que permitía tener y vender hielo en verano. Se arrendaba y funcionó hasta 1908 al aparecer las primeras fábricas de hielo. En los 70 la colmataron y hoy hay un colegio encima. Nadie la lloró.