Diario de León

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El viento ha tronzado un alto molino que llaman aerogenerador abatiendo al suelo su corpulenta altanería de setentaicinco metros, diez más que las torres de esta Catedral. Se alzaba entre los pueblos maragatos de Lucillo y Santa Colomba de Somoza, ese campo libre y fácil desde hace veinte años para invasivos parques eólicos que festonean el horizonte de montes y altozanos como gólgotas con sus altas cruces de tres brazos. Fue un ventarrón quijotil vestido de caballero andante el que logró la hazaña desoyendo las advertencias de su escudero el aguacero, su leal Sancho Dana: «que no son gigantes, mi señor, que sólo son molinos... gigantes son las empresas y grupos extraños o extranjeros que los montan contra vientos y objeciones llevándose de aquí toda la ganancia que tan barata les sale... y tampoco a ellas podréis hacerles más cosa que soplarles en la nuca sin lograr siquiera despeinarles con tanto fijador y brillantina como les proporcionan los gobiernos que traman lo eólico, como los de esta Junta tan vendida a lo que el viento se lleva dejando mordida»... Así de retórico nos explicó al corrillo el suceso Guillermo Termenón, viejo colega de Peláez en los Laboratorios Oslo, esperanzado él con que sea el primero de más ventarrones que vengan decididos al derribo; «hay que detener esta peste eólica, matan pueblos y paisajes -arengó-; y para los huertos solares ya buscaremos otros quijotes». Peláez le miró en oblicuo con sonrisa cínica: «joder, Guillermo, hace cuarenta años, cuando lo de Riaño, te sublevabas en ecologista contra los embalses exigiendo alternativas y ninguna mejor que la eólica y la fotovoltaica, eso gritabas clamando por lograrlo en asambleas, manis y manifiestos, ¿recuerdas?... ¿qué pasó para que ahora te declares tan airado enemigo de ellas?... ¿te has disculpado al menos por ser entonces activo impulsor de lo que ahora te espanta?... ¿y por qué te vistes hoy de leonés expoliado diciendo que deberíamos haber seguido quemando carbón como en Alemania o China?»... Y el sorprendido Termenón sólo pudo decir «vaya, si lo sé, no vengo».

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