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No hay mejor espoleta para enconar el debate sobre mantel que plantear si la tortilla (o la paella) debe o no llevar cebolla. Lo mismo sucede sacando a pasear al cachopo y sus derivas. Y recordó Peláez a Ferran Adrià cuando dijo que el cachopo no deja de ser una croqueta y en el picudo cosmos babayu armose la de Dios es Twitter; le escurrieron (tente, Manín, tranquilu, algo sabrá el catalán).

De un tiempo a acá se habla mucho del cachopo como rotunda artillería culinaria, bandera del tragaldabas, plato ideal para el festín carnívoro de peña u homenaje, así que el asturianu saca pechu y chapa con su cachopu como si procesionara a la Santina pidiendo arrodillarse; y resulta ser un joven plato de antier jamás visto en la cocina asturiana, ni tiene más regla que ver quién lo hace con más bultu, más preñau, más caru o más animal, ese sentido de lo grandón al que tanto propende el asturianu falampos. Y como todo se pega, mañana vendrá uno de cocina firulí proponiendo delirios: «entre filetinos de atún crudu pónese quinoa con gambes, algues, bígarus y aguacate, rebozau to ello en panko japonés; supéralo».

El cachopo no deja de ser lo que toda la vida fue un sanjacobo (un santiago), ese que copiamos del francés y este de los suizos que enrollaban una loncha de jamón con otra de queso gruyère, rebozándolo en huevo, pan rallado y frito a alta temperatura. El francés enriqueció la cosa, lo hizo con escalope finito de ternera y coló ahí su queso azul roquefort llamándolo el «cordon bleu» que tanto luce en carta selecta. La cosa no tenía más, salvo alguna guarnición vegetal de escolta, hasta que vino un asturianu grandón y cañoneru amenazando: voy estrapayaros del sustu porque métoos ahí esparragus, pancetes, cecines, cabrales, jamón, pimientus, guisantinos, patates y un carru coses que van dejarvos fartucus pa un mes. Y ahí tenemos ya al cachopu brutu y desmedíu. Hay restaurantes que lo anuncian de medio metro, sudario genial para un atracón con infarto de postre. Y no te piques ni engañes, Manín, en realidad solu ye croquete, ho. Eso sí, ¡la más grandona!...