Divulga, que algo queda
Ahora que no es tan común como antes hacer largos viajes, me ha dado por pensar que, seguramente, quienes se buscan en lo exótico acaso puedan encontrarse también en las historias de la Historia. No porque en ella puedan hallarse anécdotas escabrosas o sucesos extravagantes, sino porque, así como lo exótico es lo lejano en el espacio, la historia es lo lejano en el tiempo.
En el viaje se calman las ansias de novedad, salir del alrededor propio y conocer tradiciones distintas, probar inesperados platos y pasear otros caminos. El gusto por lo alejado y remoto del pasado es curiosidad que se sacia en libros mayormente, aunque ahora haya canales dedicados a casi cualquier cosa y, por lo tanto, también a la historia. Pero ni se acercan a Heródoto y Chateaubriand, por ejemplo, si queremos enterarnos de las guerras púnicas o los intríngulis de la revolución francesa. El agua siempre es más fresca en las fuentes, aunque no esté tan fría como la del frigorífico.
Los libros de divulgación abundan en el mercado, pero que unan rigor y amenidad en la lectura ya no hay tantos, porque si la prosa del historiador es árida y la invención del escritor, fértil, la silla cojea de alguna de sus patas. La divulgación es un género complicado, que no es ciencia ni literatura, teniendo mucho de cada una de ellas. Como el punto de las comidas, no cualquier cocinero es capaz de hacerse con él. Por eso, cuando uno encuentra alguna de esas lecturas bien sazonadas y nutritivas, no puede menos que recomendarlas aunque nada más sea de cuando en cuando. Si son de su interés, miel sobre hojuelas; si no, al menos habrá tenido noticia de que existen obras como el Madrid de Andrés Trapiello, la Lucrecia Borgia de Isabel Barceló o los Amores de leyenda de María Pilar Queralt del Hierro.
Siguiendo la pauta del «divulga, que algo queda», la novelista Queralt del Hierro recoge en su último libro, publicado por Almuzara, más de veinticinco relaciones de pareja extraídas de los anales en las que, según y cómo, el lector se encontrará a sí mismo o a algún conocido en el reflejo que devuelve el espejo de crónicas amorosas como las de Napoleón y Josefina, Frida Kahlo y Diego Rivera, Pierre Bergé e Ives Saint-Laurent o mitos tan románticos como el de los amantes de Teruel.