León, ciudad inmaculista
En el calendario de las celebraciones legionenses, la solemne festividad de la Concepción de Nuestra Señora tiene esplendor, notoriedad y resonancia oficial. Por eso, cada ocho de diciembre, el Ayuntamiento de León acude en ‘forma de ciudad’ al Monasterio de las MM. Concepcionistas, fundado el 10 de junio de 1516, por Leonor de Quiñones y Enríquez, hija de los poderosos Condes de Luna, cumpliendo así las disposiciones recogidas en las ‘Políticas Ceremonias’ del Marqués de Fuente Oyuelo, cuyo texto describe los pormenores y la celebración del acto allá en las postrimerías del siglo XVII y que, por su curiosidad, seguidamente resumo en presente histórico.
Unos días antes de la referida fecha, las religiosas cursan invitación a la municipalidad, solicitando la asistencia de la misma a la solemne Eucaristía propia de tan señalada jornada mariana. Aceptada por el Corregimiento, se acuerda acudir plenariamente y «dar una ayuda de costa para cera», sustituida en la actualidad por una aportación económica.
Llegado el día acude la Ciudad, como se ha dicho, desde el Palacio de la Poridad hasta el indicado cenobio. A su llegada, a la puerta, la Corporación es recibida por cuatro o seis religiosos de San Francisco. Luego, los munícipes se desplazan hasta los bancos reservados junto a la reja baja del coro, situados de espaldas a este; el enclave está alfombrado y con braseros. Para entonces, mientras suena la música, la abadesa, arropada por la comunidad religiosa, recibe a los regidores puesta en pie. Tras asistir a la misa y al sermón, «incensando y dando la paz dos religiosos revestidos con alba», a la hora de la despedida, a la vez que suena la música, la abadesa «se vuelve a poner en pie cuando se va la Ciudad, haciéndose entrambas veces recíprocas cortesías». Después, la Ciudad retorna a las Casas Consistoriales, «habiéndola despedido los mismos religiosos».
A todo cuanto va referido, debe añadirse que hasta hace aproximadamente siete décadas, dos obreros municipales eran los encargados de colocar los bancos y los braseros. Iban acompañados del clarín y el tambor que interpretaban una diana que duraba hasta que los citados operarios finalizaban su tarea. Luego, regresaban al Ayuntamiento para acompañar a la Corporación.
El 14 de febrero de 1893, sor Flora García Pérez de San Antonio tomaba el velo de las vírgenes, dicho sea a la antigua usanza, en el predicho Convento de la Concepción de León. Maestra de novicias y sacristana mayor, entre 1925 y 1928 desempeñó el cargo de abadesa. Al cumplir el medio siglo de profesión, en febrero de 1943, hace casi ochenta años, desgranaba sus recuerdos en Diario de León [17.02.1943, p. 4]. Y en relación con la fiesta de la Concepción manifestaba lo siguiente: «Asistían los concejales con chistera. Y a las ocho de la mañana, [el día de la Purísima Concepción], el clarín y el tambor daban una vuelta por la plazuela, tocando la Marcha de la Ciudad, para anunciar la fiesta. Traían al convento unos braseros de cobre muy grandes y todos los bancos de terciopelo del Ayuntamiento. Encendían las monjas los braseros con carbón que ponían ellas mismas, para que la iglesia estuviese caliente. La novena y la fiesta de la Purísima eran muy celebradas».
El Ayuntamiento de León protocolizó sus fervores inmaculistas el ocho de octubre de 1621, ante el escribano Pedro de Gavilanes. Reunido dicho día en solemne sesión, bajo la presidencia de Luis de Corral y Arellano, Corregidor y Justicia Mayor de León, con la asistencia de los regidores Juan de Meres Lorenzana, Francisco Moreno, Pedro de Lorenzana Buytrón, Francisco Ossorio de Escobar y Jerónimo de Castro y Mendoza, acordaba jurar y defender que la Santísima Virgen, Nuestra Señora, fue concebida sin pecado original, obligándose, asimismo, a defender dicho Voto y Juramento con todo su poder, personas y haciendas. Era obispo de la diócesis de San Froilán, Juan de Llano y Valdés. Felipe IV reinaba en España.
Pocos años después, en 1656, el Corregimiento legionense acudía por primera vez al cenobio de la Inmaculada Concepción. La asistencia se oficializó por acuerdo municipal de 24 de octubre del año siguiente, en el cual se estipula «que todos los años se haga fiesta el día de Nuestra Señora de la Concepción» en el citado convento, íntimamente ligado a las glorias y vicisitudes de esta Capital del Viejo Reino que, manifiestamente, es ciudad inmaculista.
Y tanto es así que la Virgen Inmaculada tiene homenaje visible y permanente en el monumento de la plaza Circular, inaugurado el tres de junio de 1956, donde se alza la imagen de Marino Amaya, y en el ángulo sureste de la plaza Mayor, en el popular rincón de la escalerilla, que está aureolado por el lance del coracero francés.
En relación con este episodio, Aurelio Calvo, sacerdote ejemplar y excelente historiador, [«Semanas Santas Leonesas. León y la Inmaculada», León, 1937-1938, p. 131-132] dice al respecto: «al narrarnos la tradición popular el hecho trágico conocido de los leoneses, del despeñamiento del soldado francés por la escalerilla hasta la calle de Puerta Sol, ha querido relacionarlo algo con la mentada imagen, como si ésta hubiera tenido alguna intervención en el suceso y muerte del desventurado militar».
Mucho antes, por tanto, de que Roma definiera como dogma la doctrina de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, proclamada por Pío IX, el ocho de diciembre de 1854, mediante la bula ‘Inefabilis Deus’, en nuestra ciudad la devoción a la Inmaculada Concepción de María era un hecho constatable.