El cambio climático, según las cigüeñas
Pues ya volvieron las cigüeñas a los adosados de ese nuevo barrio que levantaron en tiempo récord en la Candamia, para que no le falte hueso de espinazo al cocido del fin del mundo que alumbra cada luna llena a la que se le resiste una borrasca, el menguante de la primera cita, las heladas que no coinciden con la temperatura media de los salones donde guardan los termómetros, la monserga del vais a morir, cabrones, por votar a la derecha. Qué hace una cigüeña como tú a las cuatro de la tarde de un 13 de diciembre, martes para más inri, en las farolas de la mediana de la LE-20, como tema de redacción para inducir a la fábula del cambio climático, que se desploma a medida que la gente tiene más y mayores problemas para llevar el pan a la mesa y la proteína a la boca de sus hijos. La cigüeña ha terminado sometida por la exageración del papel que desempeñó de forma secular para que el ser humano comprendiera los fenómenos que le son dados por la observación; de ave de buenos augurios, a pájaro agorero, por esa medida paranoica de las cosas naturales. Siempre hay una primera vez para todo, un dato que se sale de cuadro, un oso que supera la latitud de Calaveras, una garza gris que se amotina en las charcas centeneras de Lancia, alavancos ocupas en la presa de Santa Marina mientras Papá Noel engancha el trineo para emprender ese largo viaje de cuentos y regalos; un leonés en la presidencia de la CHD. No quita que la cigüeña sea una enviada especial del averno a este apocalipsis contagiado por el negocio de los híbridos enchufables, u otros timos en forma de vehículo eléctrico que devora tributos a ritmo del chachachá. Los antiguos suponían que las aves migratorias se iban al mar, al mar adentro, y que pasaban a remojo la época alterna del calendario hasta que la llamada, la voz, la luz, el solsticio o la inercia que hace volar a los aviones les empujaba a regresar al lugar en el que dejaron la llave bajo el felpudo antes de lanzarse a la vida animada de los nómadas. El refrán de san Blas ha envejecido tan mal que ya alcanza la fiabilidad del Peso argentino. La cigüeñas aparcaron los niños que traían de París y están dispuestas a protagonizar el próximo anuncio del Almendro, en Nochebuena.