La presidenta
Ha dicho Ester Muñoz que el nuevo PP —que es el de siempre jamás— va a ofrecer programas «para el momento tan delicado que vive España». No sé muy bien, o sí, a qué se refiere con ese adjetivo delante del sujeto que ahora nos atañe y que para ella, sin duda, no es León. España ha atravesado tiempos atribulados durante toda su historia, pero una de las constantes es que siempre sale adelante. No hay que preocuparse demasiado por ella. Sin embargo, la provincia tiene de sí misma diferente concepción ontólogica, que aquí no se usa ya el gentilicio sino el patronímico, de pocos y pobres que somos, con lo que más que forjar una nueva alianza en torno a los de siempre para resolver el problema de este país inveterado a fuer de invertebrado, mejor sería que se centrara en lo que le queda más cerca, que puede que así el PP no pierda tanto.
La querencia de los populares a pensar que mareando la perdiz con España puede llevarse el gato al agua ya no cuela, a pesar de que vayan a llenar los ayuntamientos con mociones sobre la sedición. La gente, esa clase media detrás de la que todos los políticos se parapetan pero a la que ninguno ayuda, está a pagar la hipoteca —200 euros más al mes de nada—, el gas y permitirse una caña de vez en cuando.
Los leoneses quieren vivir, un verbo que a partir de ahora se camuflará detrás de las cuentas que cada día tendremos que hacer y que nos recortarán la vida que se nos lleva.
Hay poco que hacer con un partido que olvida que la dignidad de un país no empieza y termina con el problema del separatismo sino con el de la exclusión de la mayor parte de la población a la que, al parecer, el PP ha desterrado de sus programas.
Ahora que, según ella misma afirma, llega una presidenta sin cuota —como si la único cupo que existiera nos la brindara tener vagina— puede que el PP desarrolle una mirada menos machocéntrica y consiga imponer una agenda basada en necesidades más humildes y perentorias, que son al final las que nos hacen españoles.