Mandarinas
A mí la Navidad me huele a mandarinas. Es el olor que predomina en estas fiestas, según mi pituitaria. Y, ya en un segundo plano, a canela, a clavo, a fruta escarchada y a algo dulzón. Uno se pone nostálgico en estas fiestas. O eso, o las detesta directamente. Y no me extraña ni una cosa ni la otra. Me molesta la felicidad impuesta en cualquiera de sus formas, ya sea por mensaje de móvil o por felicitación postal de las de toda la vida. Los buenos deseos están bien. Es más, yo diría que son maravillosos y hasta necesarios, pero no nos engañemos, que no somos mejores cuando acaba el año, aunque queramos hacérselo creer a alguien o incluso a nosotros mismos, que también pasa.
Lo que sucede es que en Navidad se nos ablanda un poco el corazoncito y nos salen cosas mucho más bonitas por la boca. No sé si el origen es el corazón, pero suena bien esa melodía. Sin embargo, nos han hecho creer que en estas fiestas toca ser solidario, preocuparte por los demás, lanzar frases hechas y manidas a diestro y siniestro y portarse bien, no vaya a ser que los Reyes Magos no se acuerden de nosotros o nos traigan carbón de otro lugar que no sea éste. Eso es lo bueno y lo malo de estas fiestas, que el escaparate es bonito, de esos de pegar la nariz en el cristal y quedarse embelesado, lo que pasa es que lo de dentro no es lo que parece. O al menos es así en muchos casos.
A mí me gustan estas fiestas. Son entrañables, frenéticas, indigestas y agotadoras a partes iguales. Me encanta a lo que huelen y también el espíritu de juntarte con los tuyos y ver a gente con la que se hace difícil coincidir el resto del año. Eso, junto con la ilusión que brilla en los ojos de los más pequeños y los mensajes de paz y esperanza que nos inundan estos días es lo mejor de la Navidad, aunque a veces empalaguen más que la bandeja de turrones. Sin embargo, sería recomendable que todo esto que la rodea y que suena bien se prolongase más allá del 6 de enero, por aquello de ser constante y coherente con las buenas acciones, que ya sabemos que hay que hacerlas y que todo son beneficios de vuelta, pero nos cuesta y cuando nos salimos del papel navideño volvemos a dejarnos devorar por la caótica realidad.