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Perder y rascar todo es empezar... perdió el pueblo un día su casilla de camineros, el cuartelillo de los guardias después... y habría perdido al médico de haberlo tenido... perdió no tardando al secretario que se mancomunó con el municipio vecino... y poco después al maestro y la maestra que dejaron de vivir en el lugar al tener ya coche y viendo cercano también el cierre de la escuela que mandó a los críos al autobús y al lejano centro comarcal... pero fue perder al cura la puntilla de tanta desgracia anunciada; a un pueblo sin cura le olvidan los cielos y hasta le llevan los demonios... y entonces se preguntó el viejo paisano que se parecía a Orestes que si en Nochebuena ya no hay misa del Gallo en su pueblo, ¿se inventará acaso una misa de la Gallina con diáconas y sacerdotas o curesas que habrán de crearse ahora en la cosa sinodal y el empoderamiento de doñas con el auxilio del Señor?...

El cura rural es pieza mayor de caza literaria. Siempre me digo que tengo ahí un ensayo pendiente, un tratadillo o novelón. Sin salir de León empezaría con el astorgano cura Vergara que en el siglo XVII recogió en manuscrito un tratadillo (que un tonto pelota regaló a Franco y ya nadie devuelve) sobre mosquitos de pesca, preste con rentas por todo lugar que vivió mejor que un canónigo entrecallado en caldos y perniles. Y estaría ahí un párroco de Trobajo del Camino en los 60 que tenía un ama llamada Dominga para facilitarle rima a la copla popular; o el ama Rosario de aquel arcipreste de Riaño que respondía al obispo vivir en su rutina de misas, rosarios y copitas. No faltaría un cura de Fontecha que, por aberración masculina, prohibía los pantalones a las mozas que limpiaban la iglesia los jueves, sujetándoles él la escalera cuando subían en faldas a quitarle el polvo al retablo... o el clásico curángano maragato que era el único varón autorizado a entrar en la casa del arriero o segador de largas ausencias... y siempre estaría ahí nuestro entrañable cura catapotes que arrimaba sus visitas particulares a la hora precisa de verse invitado a probar el potaje del día o quedarse a comer.