Las noticias del año
El final de año trae consigo las noticias del año. Esos resúmenes que su diario pone en imágenes a todo color para evocación y deleite del tiempo que se ha ido. En los anuarios se perpetúa una costumbre de la memoria y en ese ejercicio de hemeroteca quedan a la luz expuestos algunos recuerdos enterrados junto a otros olvidos memorables. El funcionamiento de nuestro propio archivo de remembranzas y amnesias es casi siempre un arcano inexplicable. Hay gente que se acuerda la lista de los reyes godos y ha perdido en algún baúl del desván las facciones de la cara que le regaló su primer beso. Y al revés: algún memorioso Funes conocerá usted de esos que afirman tener presentes como si fuera ahora mismo la distribución de la geografía de lunares de su amor verdadero y llega tarde a todas las citas porque no sabe dónde dejó el reloj y la cabeza.
Haciendo balance de los hechos del año recién abandonado, uno rememora muchas cosas, claro, pero a todas las que ocurrieron aquí se imponen sobre todo dos, como hitos inolvidables. De una ya hemos escrito: el chuchorrobot que durante unas horas congestionó las calles y redes leonesas, además de los telediarios nacionales, con sus maquinales andares y su camiseta de Brasil. El otro es la evacuación por una fuga de gasóleo de las oficinas del ayuntamiento con el resultado de una quincena corta de empleados desalojados en horario laboral. Teniendo en cuenta que la plantilla de esas oficinas —ocurrió en septiembre— ya no teletrabajaba, generó cierta extrañeza lo corto del recuento. También hubo quien ensalzó que, teniendo en cuenta que son siete plantas, estuvieran perfectamente atendidas con tan solo dos funcionarios de media. Los más cachondos se extrañaron de ese «overbooking» aún más que de la elección de los dos jóvenes astronautas leoneses. Casi pleno, ironizaron.
Lo cierto es que hubo muchas risas a costa de una fundada alarma que pudo convertirse en una desgracia. Afortunadamente, tras la intervención de los bomberos, no tuvo consecuencias que se conozcan, ni tan siquiera para el departamento de recursos humanos. Pero la anécdota a mí me ha recordado mucho una entrevista que le hicieron al papa Juan XXIII. La pregunta era inocente: «¿Cuántas personas trabajan en el Vaticano?». La respuesta ya no tanto: «Aquí trabajan menos de la mitad», respondió quizá poco conciliarmente el hombre que gobernaba la Cristiandad.