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El Gobierno no quiere iniciar el que debería ser forzoso camino de vuelta a la realidad. Insiste en proclamar la muerte del procés y la división del independentismo. Parece como si no quisiesen darse por enterados de la convocatoria este juevesde la movilización conjunta de los separatistas, incluida ERC, contra la cumbre entre Pedro Sánchez y Emmanuel Macron en Barcelona. Curiosamente, La Moncloa eligió la Ciudad Condal para que se visualizase sobre el terreno la “restaurada convivencia”. Y a tal fin debía servir la invitación al presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonés.

El equipo presidencial llora por las esquinas sin entender la contradicción de su socio secesionista. Aragonés va a buscar la rentabilidad de fotografiarse con el presidente de la República de Francia mientras sus compañeros protestan en la calle. Ciertamente, el anillo de poder alrededor del presidente del Gobierno había previsto un camino distinto hasta las urnas del 28-M. Siempre se ha asumido que PSOE y ERC necesitaban marcar distancias. Incluso con los republicanos agitando de nuevo el referéndum tras haber pactado mano a mano el nuevo Código Penal. Sin embargo, la sala de máquinas de los socialistas tuerce el gesto ante una movilización en las calles que ya veremos cómo termina.

Al Gobierno le asusta que vuelvan a las televisiones las imágenes de los radicales en las plazas de Barcelona. El mero hecho de comentarlo le produce escalofríos a algunos dirigentes del PSOE. El coste del borrado de la sedición y el abaratamiento de la malversación es una cuesta abajo muy peligrosa para Sánchez. De ahí que los suyos busquen levantar cortafuegos, además de exculparse preventivamente ante las consecuencias de una legislación que puede deslizarse por la rampa de lo ocurrido con la ley del Sí es Sí: rebaja de penas en las causas de corrupción más mediáticas. Sánchez ha comprado demasiados boletos para hundirse con todo el equipo. De momento, sus planes de dejar zanjada en 2022 la carpeta de sus alianzas ya han saltado por los aires.

La ilusión ha terminado y la estrategia se truncó. Y esa constatación le complica el escenario al PSOE con unas elecciones dentro de cuatro meses. Por ello, los barones asisten atónitos e incrédulos al panorama que se presenta ante sus ojos. Su líder está construyendo un edificio que se asienta sobre una suma de actos muy irresponsables. Las malas compañías del presidente lastran las bases mismas de la Constitución.