Diario de León

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La fabricaron en Filadelfia, en los tiempos del vapor. En los días del carbón.

Durante sesenta años tiró de los vagones del ferrocarril entre Ponferrada y Villablino. Penachos de humo, la huella que dejaba la combustión del mineral, delataban su paso por las vías. Ahí va la Wagner, la locomotora Baldwin número nueve del tren minero.

Pasó dos décadas en vía muerta. Podrida. Convertida en una ruina hierros destemplados. El óxido la devoraba poco a poco, como todavía ocurre con otras viejas damas del tren a Villablino que no tuvieron hueco en el Museo del Ferrocarril de Ponferrada. Hasta que la Fundación Ciudad de la Energía (Ciuden) vino a rescatarla.

Eso fue hace una década y ya entonces invirtieron doscientos mil euros en repararla. O más bien en convertirla en un objeto de museo, porque la vieja Wagner, que llevaba el nombre de un coto de hierro, no volvió a estar en condiciones de tirar de nada.

Ha permanecido, todavía lo está, aparcada en un hangar de lo que en breve será la Térmica Cultural; el edificio de la antigua central de Endesa en Ponferrada reconvertido por la Ciuden en un espacio polifuncional. O lo que es lo mismo, apto para celebrar casi cualquier evento.

Allí descansa la vieja Baldwin que llegó al Bierzo hace más de cien años junto otras nueve máquinas del mismo fabricante de Filadelfia. Allí espera a que el Consorcio del Tren Turístico Ponferrada-Villablino reciba los fondos que ha pedido a la Unión Europea —nada menos que cuatro millones de euros— para recuperar el trazado a partir de Cubillos y poner en marcha un proyecto que vertebraría el Bierzo y Laciana. Y si llega ese dinero, la oferta de la Ciuden es ceder la máquina al Consorcio para que vuelva a tirar el tren. Pero con pilas de hidrógeno.

Algunos se han llevado las manos a la cabeza porque piensan que adaptar la vieja Baldwin número nueve para convertirla en un tren de hidrógeno como los que ya se proyectan en Francia sería poco menos que un atentado contra el patrimonio.

No ven el símbolo. No ven la oportunidad. El salto de la antracita al hidrógeno verde, que solo deja agua como residuo, sería el cierre perfecto al círculo de los tiempos del vapor. De los días del carbón.

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