Diario de León

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Me dijo el otro día tu madre que le hiciste el domingo asquitos y desaire al caldo de tu abuela porque es carne lo que lo sustancia y no lo absolvía la zanahoria, el puerro y la cebolla que le acompañaron, así que ese rehúse con su tic de ofendidita te permitió, como riñendo, soltar en la mesa todo tu catecismo vegano y sus tablas de la ley, que las tienes fresquitas por lo que me cuentan y que las recitas de carretilla (los catecismos es lo que piden, recitar). ¿Cuándo descubriste que eras vegana o debías serlo y que toda tu vida anterior fue un error?, un error con culpables, claro está, otra razón más que la haces cartuchazo a los morros en las guerras con tu madre, que como heredera de un nutrir «muy de pueblo» te destetó con purés de verduras enriquecidos con higadillos, sesos o tendón de ternera, sin contar los caldos de gallina o la merendilla de crema de plátano con nata cruda, esa que ahora no quieres ni ver porque viene de la leche de una vaca (hembra, pues, mujer, para entendernos) explotada y violada y cuyos gases agujerean la capa de ozono además.

Lo peor de las religiones son los conversos, acaban siendo más papistas que sus papas. Y tú eres conversa. Reconocerás que también lo vegano tiene tanto de religión, que acaba siéndolo, mira si no: tiene profetas antiguos y modernos, tiene redentores, tiene verdades como puños y dogmas que no admiten discusión o mandamientos que no se pueden saltar, tiene apóstoles que difunden la fe desde púlpitos encumbrados en redes y librerías, tiene santos que murieron centenarios comiendo sólo nabos, raíces y hierbas, tiene presbíteros leídos que no dejan de dar charlas, tutorías y homilías aquí y allá... y el proselitismo entusiasta de su clero y feligreses enardecidos logra finalmente conversiones numerosas en colectivos y gentes que buscan alternativas (sin gluten). En fin, en tu derecho estás a seguir esa fe nueva con la que sustituyes viejas fes, pero no te obligues a exhibirla sin cesar y menos a darle matraca a la abuela que, después de irte, soltó unas dolidas lágrimas por tu riña y desdén.

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