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Como muy bien argumentó Guy Mollet, primer ministro francés al que por otra parte nadie recuerda, la coalición es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que te salgan callos. Eso fue hace casi un siglo. A día de hoy el arte de birlibirloque de la coalición tendría que añadir que además de calzar los zapatos cambiados se trata de llevar en un pie una bota militar y en otra un tacón de aguja, pretendiendo que no se te note la cojera. Si además te apuntas a la rentabilidad política de los extremismos arañadores de descontentos, caminarás sobre la cuerda floja que separa lo que proclamas de lo que puedes cumplir. Pongamos de guinda una celebración que debería ser solemne, aunque no necesariamente compartida; pero resulta al final dividida, sucia, interesada y sin voluntad de otra cosa que no sea sacar tajada por cada parte. Y te sale el 40 aniversario del Estatuto de Autonomía de Castilla y León. Una birria patética que construye una ofensa para todos los ciudadanos de esta Comunidad, sean o no partidarios de cómo se pergeñó, cómo camina con velocidad de crucero muy muy dispar en su muy diverso territorio, o cuánto ha aportado a cada quien.

He aquí un miserable caladero de despropósitos y egoísmos, que descoyuntan una realidad invertebrada desde el primer momento. Sobre todo, y ahí está lo peligroso y sobre lo que no pueden admitirse devaneos descerebrados y cortoplacistas, el desmembramiento de una autonomía que pudo ser otra hace ya demasiado tiempo, arrastra todos los lastres que galopan en contra de la cohesión territorial y se enreda cada vez más en tontunas y estereotipos que siguen colocando en los carriles del futuro ejes y trazados privilegiados que orillan a la mayor parte de su vasto territorio, con los paisanos y paisanas arrostrados en el servilismo o la ineficacia de sus infra-estructuras de representación política en la no capital vallisoletana y en el evidente y poco ventajoso centralismo de Madrid.

Que cogobierne la Junta y ceremonie los actos quien despotrica de la autonomía ya es para hacérselo mirar.

Más allá del interminable e irrespetuoso despiporre de la ingobernabilidad que nos gobierna, no hay mínimo más mínimo que exigir que el respeto a las instituciones. Esa línea roja sobre la que ahora bailan a diario los cojos de las botas y los tacones. No. Por ahí no.