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Es muy difícil despedir a una compañera, a una amiga, a una mujer que fue cómplice de aventuras, risas y lamentos; colega y maestra.Astrid Rodríguez Rozas, periodista, nacida en Bélgica con alma, raíces y escenas de mina negra en Olleros de Sabero. Empezamos juntas esta carrera frenética en una redacción llena de luz y promesas. Compartimos viajes, fiestas... Lo voy a decir aunque sé que a ti te ruborizaría... Conseguimos llegar a Astorga, haciendo autostop, a la primera fiesta romana en el año del Bimilenario, 1986, y soñamos nuestro futuro en los rincones del Palacio de Gaudí. Nada nos paraba, ni las barreras arquitectónicas que impedían a Sarita acceder a aquellos rincones de obispo y que rompimos a pulso. Con la silla de ruedas en volandas.

En aquella redacción entramos un tropel de mujeres —ya saben, tres eran multitud— y nos equiparamos a la redacción de veteranos y recién llegados de Lucas de Tuy. Estaban Camino Gallego, Maite Bayona y Blanca Gutiérrez; Vicenta Cobo, en Astorga y Guillermina Lozano en Ponferrada. Y llegamos las ‘prácticas’. María Jesús Muñiz, tú y yo. Tan distintas y tan cercanas. De tercero y cuarto de Periodismo de la Complutense de Madrid. Vivimos el nacer de Pallarés, con Pedro G. Trapiello y Ferra, el morir de Riaño, con el ruido siniestro de las palas, y las consabidas luchas de poder. Una moción de censura en la Diputación que el PSOE salvó con una abstención ante su propio presidente; la huelga de no hambre de Morano y el pacto PSOE-PP-CDS que aupó a un médico desconocido a la Alcaldía de León. Vivimos vertiginosamente en la noche leonesa y en las carreteras a medio hacer. Tú supiste, te lo advirtieron Ana Belén y Víctor Manuel, que a la gente ya no se la conquistaba desde el escenario. Empezaba a reinar la televisión. Y tú a elegir tu destino. Cambiaste el Mediterráneo por el Cantábrico. La redacción por el gabinete, con la vocación de abrir puertas y no poner muros. Siempre periodista, compañera.

Compartimos mesa y mantel, confidencias y sueños. Los desvelos por nuestras criaturas. La pena de las pérdidas. El peso del silencio cuando una madre se desvanece en el olvido. La querencia por las raíces. Siempre fuiste un poco por delante. Tenías mucha vida y eras muy despierta, pizpireta; prudente, siempre discreta. Nos entendimos. Sin privilegios informativos. Y con sororidad, sin aspavientos, para organizar las comidas del Círculo de Mujeres Periodistas Pilar Casado. Querida Astrid, después de estos años difíciles a los que has sonreído con la fuerza y la paciencia de las olas, en los que guardaste el dolor en el desván, como se llamaba tu columna de opinión, has alzado el vuelo. Libre de ataduras, porque, como me dijiste un día, todo llega a cansar, hasta lo bueno. Te mereces, no una, humilde y sola, sino todas las decenas de rosas blancas que te acompañan. Por amiga sincera y por tender tu mano franca.

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