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No vamos a intentar ni siquiera definir qué es la lengua a estas alturas de la película. Lo curioso del asunto, en última instancia, es que se trata de una herramienta que cada cual maneja con distintas habilidades y aprovecha a su manera los recursos y posibilidades que ofrece. Pero, como todas las herramientas, también esta se desgasta. A su manera, naturalmente.

Lo hermoso de la lengua es que se trata de un activo vivo, en permanente construcción y enriquecimiento que incorpora a su caudal constantemente palabras, giros, incluso clichés propios de grupos, que se producen vertiginosamente en el devenir de la propia sociedad. Otra cosa es que parte de esas palabras nuevas algunos se obstinen en mantenerlas en su lengua original, en buena parte de los casos sin necesidad. Si cada cual somos, en alguna medida, productos de un tiempo y una determinada circunstancia, nada de extraño tiene que haya modos de hablar generacionales y de referencias geográficas, con frecuencia muy locales, aspectos que van desapareciendo con los nuevos tiempos y por varias razones fáciles de detectar.

Pero también hay pérdidas, naturalmente, bien porque lo que nombran ya no existe, bien porque otras palabras las sustituyen. Hay ejemplos para dar y tomar. Pero, mediante lo que llaman gramaticalización, hay palabras que están en trance de pérdida de su contenido significativo originario. Filandón me parece que está a punto de entrar en ese trance. Es, como saben, una palabra dialectal leonesa de etimología latina, derivada de filum , hilo, que designa las reuniones nocturnas en que las mujeres hilaban, mientras los asistentes contaban historias. Eran reuniones vecinales, invernales, en las cocinas de algunas casas, y el escenario fácilmente remite a esa imagen de lo que se cuenta al amor de la lumbre.

Desaparecidas las antiguas formas de vida, la palabra se rescató a mediados de los ochenta del pasado siglo, subrayando el espíritu de su origen de contar historias. Pasado un tiempo, bien iniciado la actual centuria, se convirtió un poco en palabra baúl , con la pérdida de buena parte de su perfil originario. Nada de extraño tendría que en algún momento se identificase, por ejemplo, con botellón, donde también se cuentan historias, a su manera. No quiere ser, por supuesto, una idea. Pero es que los caminos de las palabras a veces recorren espacios difícilmente imaginables.