Diario de León

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La lucha contra la desigualdad, del tipo que sea, nunca lo ha tenido fácil. La lucha contra la desigualdad de género tiene que bregar a mayores con la carga que supone el ataque permanente por parte de quienes sufren urticaria sólo con oír hablar de feminismo, del tipo que sea; o de reivindicaciones que consideran, con desprecio, de mujeres. Y con no pocas salidas de tono de algunos colectivos de la cosa que flaco favor hacen a la irrenunciable causa común. Plantarse frente a otras desigualdades, no menos sangrantes, suele tener los mismos efectos (ninguno), pero goza de mejor predicamento, calma conciencias con el envoltorio de la caridad y la bonhomía, aunque sean huecas. En el caso de los derechos de género no. La causa sigue levantando tantas ampollas como condescendientes sonrisas ladeadas de cinismo. Quizá, lamentablemente, con una virulencia que parecía estar no resuelta, pero sí superada.

El 8 de marzo se celebra de nuevo por separado, con frentes abiertos que dicen poco en favor de quienes lideran sus propios intereses por encima de los comunes. No es buen momento para dar argumentos a una legión no sé si creciente, pero que desde luego agrede más a cara descubierta. Quizá nunca fueron menos, y permanecieron agazapados en ese momento dulce (pero tan breve) que vivió un feminismo como conciencia común mucho más allá de los términos.

Un legado que se ha dilapidado en poco tiempo. Sin olvidar que ha plantado también semillas cuyas raíces no se pueden quebrar. Ahí está el presente y el futuro de la causa, de los derechos. Esa es la fuerza interna del movimiento por la igualdad, que va más allá de las mujeres, y que puede zancadillearse desde dentro y desde fuera, pero no es posible detenerla.

Corre sin embargo grave peligro. Vivimos una involución tan incomprensible como alarmante. Los avances externos en la igualdad de los géneros (que no son sólo dos) no pueden esquivar el debate frente a la violencia desquiciada, el rechazo visceral a lo diferente o lo extendido de convicciones que creímos, equivocadamente, resueltas.

Como en otras causas, el movimiento se demuestra andando. Pero sólo en el camino del diálogo y la coherencia. Tropezar con las propias zancadillas es una torpeza intolerable. Pero no parece que sea el camino de la tolerancia el que se ha emprendido. Mal asunto.

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