Diario de León

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El empresariado está harto del zarandeo de la política y de los políticos, a los que achacan buena parte de sus males más allá de la sucesión de coyunturas adversas que se suceden desde hace ya demasiados años. Casi 15 desde que la bonanza nos plantó en el sitio de nuestras posibilidades, que eran como se repitió menos de las que habíamos disfrutado, y que para la mayoría han venido menguando desde entonces al son de ladrillos estallados, virus, tipos de interés, guerras y guerrillas,... Y lo que vendrá, porque la volatilidad forma parte de nuestro día a día doméstico como lo hace la vulnerabilidad de demasiados, y entró en nuestras cuentas de la vieja casi al mismo tiempo que la resiliencia. Que viene a ser el atarse los machos y apechugar con lo que toque de toda la vida. Y lo que toca parece no tener fin.

No es que la hartura esté sólo en los autónomos, que son la legión del emprendimiento local (algunos con la categoría de micropymes). Es que esta semana las dos organizaciones empresariales de la provincia han cogido el megáfono para hacer oír su desasosiego. Y la poquita paciencia que comparten con la legión asalariada y pensionista sobre lo que ya se nos va viniendo encima a cuenta de las elecciones del 28 de mayo. Otra cosa es qué ocurra más allá de la pataleta, y ahí también la experiencia desazona.

La Fele advierte de que se revolverá frente a los ataques del Gobierno a las empresas y no tolerará injerencias. Está por ver cómo. El CEL propone un pacto de buenas prácticas también por definir, si logra como pretende sentar a los políticos locales en una mesa (o lo que sea, que no esté ya maldito de entrada) y dibujar un mapa de urgencias leonesas que vaya más allá del color político. No es que les falte razón, pero entre el cántaro de la lechera y la leche derramada está el misterio que convierte los deseos en realidades. Y ahí es donde, de momento, el aire se llena de discursos y viceversa. Y poco más.

El derrotismo no es una opción. Repetir viejos mantras (o remozarlos teñidos de guiños leonesistas) no es la solución. ¿Qué hacer pues? No sería mala fórmula enarbolar la bandera de la exigencia desde una unidad jamás ensayada. Quizá sumar fuerzas se antoje alumbrar un despropósito repetido en el tiempo, pero ¿hay otra forma de luchar? No hay tiempo. Si la recuperación pasa de largo otra vez (y ya vamos tarde) habrá muy poco que salvar. ¿Más palabras? No bastan.

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