El pelo de Caín en las gateras de la IP
Como el cainismo no está tipificado en el código penal, facilita esta actitud como forma de relación social. Las pedradas siempre son medidas eficientes para dar rienda suelta a la gusa que muerde, deglute y excreta, al modo del gusano que horada manzanas con diagonales. El cainismo ya es un edificio paralelo a las normas; se hereda, igual que la napia puntiaguda, y los labios mustios, y el hoyuelo a lo Douglas, o la risa puta que se sostiene en el ambiente mientras el de enfrente cae a plomo, a veces sin tropezar. El cainismo, hoy, es cosa nostra; o eres miembro o víctima, en esa medianía de los dos mundos que confluyen en el río de la realidad de la vida que no sale en la disposición cuarta del desarrollo de la directiva europea que tutela las vidas personales de las gentes, inspirada en el episodio mitológico de las arpías. Hay un cainismo 4.0 que perfecciona el ejercicio revanchista del morugo detrás del tapial que lanzaba la piedra al huerto del vecino; ese cainismo que se idea anónimo por parte del que lo perpetra mientras deja pelo en la gatera de la IP, la IP lo ve todo, el pasado, el presente y los más ocultos pensamientos, mientras siembra de mierda en la red la proyección del atacado, en la creencia ignorante que da el arrojo de no sentirse visto. Palo, a los perales que tienen peras; palo, al peral si encima da manzanas; palo al nogal, por si las nueces son sutiles hasta para dejarse sacudir. Esa legión de hijos de Caín que comparte información genética en la mitad de la población es lo que hace de este movimiento social sin revolución que lo apadrine la peste silenciosa del siglo XXI; con idéntica proyección crónica a la que mostró antes de que los primates ancestrales decidieron bajar del árbol. Lo mejor del cainismo es la narración que se procuró para encajar entre cuñas de la misma madera. El precursor del movimiento, allí en mitad del paraíso, contagiado por el mal y la maldición del gesto de morder lo prohibido, ideaba putadas para matar el tiempo de esas largas noches de invierno, sin Netflix ni HBO, ni chiringuito que valga para combatir la conformidad. Si el padre del cainismo no hubiera sido un infeliz, habría muerto de hambre. Y sin saber que la envidia fue la derrota más contundente que pudo sufrir.