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El sector agrícola suma un nuevo problema a la complicada situación que atraviesa, por los continuos incrementos de los costes de producción y por la volatilidad de los mercados que azota como nunca al sector primario. La plaga de conejos es ya una amenaza para los agricultores que claman soluciones para hacer frente a el apetito insaciable de este pequeño pero dañino animal al que le vienen bien todo tipo de cultivos y que echa a perder huertas enteras. Esta superpoblación de conejos causa daños incalculables en grandes y pequeñas explotaciones en zonas donde este animal se reproduce exponencialmente gracias, precisamente a esa abundancia de alimento que le proporciona la agricultura, a la dificultad de otras especies predadoras para acceder a estas zonas con presencia humana y a la realización, como siempre, de peligrosas a largo plazo reintroducciones que se hicieron hace una década para garantizar el alimento de otras especies como águilas, linces etc.

Ahora el problema empieza a estar entre las reclamaciones de las organizaciones agrarias y reclaman soluciones a la administración al tiempo que proponen descabelladas medidas como el uso de fosfuto de aluminio para frenar el problema, un producto altamente tóxico, y que a pesar de que el uso de venenos en el medio natural cuenta cada vez con más restricciones por parte de Europa, su uso sí está permitido, eso sí, solo por parte de profesionales con licencia.

Para los ecologistas, y para cualquiera con un poco de sentido común, el uso de veneno para frenar la expansión de una determinada especie, es una medida cero efectiva y una total irresponsabilidad, ya que no es selectiva y puede afectar a otras muchas especies animales y vegetales, además de la temida contaminación de las aguas.

En la memoria de muchos está el efecto que causó en otras especies, ahora vulnerables, como la perdiz roja, las tórtolas, los ratoneros o los cernícalos, el uso de clorofacinona y bromadiolona para acabar con los topillos.

Hay soluciones mucho menos nocivas y creativas como los ahuyentadores con ultrasonidos, los vallados o pastores eléctricos, los posaderos para rapaces o las siembras con contingencia. Soluciones mucho menos fáciles, pero más responsables con el medio ambiente.