El cuplé de pandereta
A Quintina Flecha, de Manzaneda de Torío, la tenía aburrida y atemorizada un vecino despechado. El hombre la denunciaba como roja y republicana cada dos por tres a cuenta de las calabazas con que le despachó la hermana de Quintina ante sus pretensiones de noviazgo. Avisaba por los vecinos a toque de campanas, la joven se echaba al monte para que no la pasearan. Hasta que un día se hartó y se marchó a servir a la capital.
En plena Guerra Civil entró a trabajar en la cantina de Aviación. Mientras fregaba los platos escuchaba el jolgorio y la música que ponían a la soldadesca. Así fue como Quintina descubrió el cuplé. Para que no se le olvidaran las letras, las apuntaba cada día en un cuaderno y cuando volvía al pueblo se las enseñaba a las vecinas para que las tocaran con la pandereta. Con los emigrantes que habían ido a América llegaron también los tangos.
Y con el franquismo llegó el final de aquella música golfa que surgió al albur del maquinismo, la invención del gramófono, las vanguardias y la vida urbana en tiempos en que en las casas se vivía tan mal que se estaba mejor en la calle, en los cafés y tabernas.
Pero en los pueblos siguieron sonando gracias a las orquestinas que revistieron los cuplés en música tradicional. La historia de Quintina la cuenta su nieta, Raquel Ordóñez, una de las fundadoras de La Orquestina de León, agrupación musical y teatral, que se creó en 2014, es parte del legado de Quintina, la panderetera. Fue ella quien retó a Raquel a crear una orquestina para deleitar a la gente con música y baile como se hacía en sus tiempos. Ahora que las mujeres, como Raquel, ya pueden tocar el saxofón, además de la pandereta y el acordeón. Porque en los tiempos de Quintina, a las chicas les tenían vetado tocar instrumentos que hubiera que meter en la boca. Pero algunas llegaron a tocar el bombo y la caja en las orquestas familiares.
La historia de Quintina es un ejemplo, entre miles que se podrían contar, de que muchas de nuestras abuelas sabían muy bien esto que llaman ahora empoderarse. Es muy saludable que se recuperen estas memorias y que continúe la función a través de las nietas. Hace falta mucho la música y las ganas de bailar en esta sociedad y en estos tiempos. Un poco más agarraos andaríamos más sueltos . Hace falta mirarse y tocarse, sentir el cuerpo y conectarse emocionalmente.
La tecnología nos ha alejado aunque estemos pegados al WhatsApp. Y las relaciones virtuales son muchas veces una farsa que, en el peor de los casos, puede acabar en violación. Un 22% de las mujeres que usaron Tinder fueron agredidas. Apartado de nuestra vida cotidiana, ya no tenemos de quién aprender el baile. Somos meros espectadores.