Diario de León

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No es lo mismo hasta donde te dejes que hasta donde te dejen. Pese a la similitud, el significado es bien diferente. En el primer caso, eres tú el que pones los límites, mientras que en el segundo es el de enfrente. En el primero eres activo y en el segundo pasivo. Vamos, nada que ver.

Les recuerdo esto que ya sabemos todos porque en estos tiempos hace falta tener cristalino el asunto y, de paso, me sirve de recordatorio para mí misma, que nunca viene mal. La reflexión viene de la mano del lobo, un animal que, al menos a mí me resulta desde siempre fascinante por lo salvaje. Y precisamente en ese lado adulador reside también su peligro. Los lobos, como animales libres y guiados por el instinto hacen lo que tienen que hacer, que es sobrevivir con los recursos que tienen a su alcance. Ataca a las ovejas y a lo que le pille más a mano porque la resistencia es escasa y el esfuerzo tampoco es el que le supondría ponerse cara a cara con un jabalí, por ejemplo, porque tonto no es, que ya sabemos que la naturaleza nos saca cierta ventaja en eso del saber. Y aquí es donde entra en juego el tema de los límites. El lobo hace lo que puede con lo que tiene, hasta donde le dejan. Si tiene vía libre, pues él va. Y si lo que se quiere es que no vaya, pues la solución es sencilla: ponerle límites y hasta ahí podrá llegar.

Parece algo de puro sentido común y por eso a mí me asombra el debate generado alrededor de este animal. La decisión, desde luego, no es suya porque aquí el que tiene raciocinio (supuestamente) es el ser humano y, por lo tanto, le corresponde a él ponerle coto al animal. Que sí, que la naturaleza tiene sus propios ciclos y sabe autorregularse perfectamente desde tiempos inmemoriales, pero eso fue hasta que llegó el hombre y se metió en el medio y empezó a confundir churras con merinas para dejar confundido a su instinto y al de los animales.

Lo de poner límites no es algo sólo animal, sino también muy humano. Ya saben, conviene poner límites y dejar bien claro a partir de dónde no se puede pasar porque, oigan, eso es salud y, como ocurre con el lobo, más vale prevenir que curar o como decía mi abuela «más vale una vez roja que cien colorada».

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