Las peinetas
Winston Churchill quiso hacer el signo de la victoria y le salió una peineta. Solo fue una vez porque a la siguiente ya puso la mano en la posición correcta. No se sabe si el primer ministro británico —del que también habló Tamames en su discurso de candidato— fue el precursor de la V de Victoria, pero lo que está claro es que fue su determinación la que logró que hoy no se hable alemán en Europa.
La gestualidad es mucho más potente que las palabras y eso deberían saberlo todos los políticos que, como Winston, hicieron de su imagen uno de los emblemas de la historia. Lo que pasa es que ahora ya no quedan de su casta.
Él tuvo la lucidez de divisar el futuro gracias a su arrojo del pasado. Podríamos decir que la peineta con la que el premio Nobel advirtió a Hitler de su fracaso fue el resultado de su experiencia en la Primera Gran Guerra. Me gusta ponerlo con mayúsculas porque el siglo XX sólo se define con las dos Mundiales. La civil española y las que vinieron después no nos definen en la medida en la que lo hicieron los campos de batalla de Verdún, Gallipoli o el Somme o los progromos de Iasi, el desembarco de Normandía, Stalingrado o los hornos de Treblinka.
Una peineta es un gesto épico si el que la empuña es el hombre que decidió enviar a Dunquerque a cientos de civiles indefensos para salvar el mundo. Lo extraordinario es que su carisma hizo que nadie tuviera dudas de que no había otra opción.
Trivializar con una mueca de tanta importancia debería estar prohibido para todos los que no tengan a Mambrú, ya saben, el que fue a la guerra, entre sus antepasados. Ahora que ya no se canta, que ha quedado para la nostalgia de los baby boomers, ya saben, ¡Qué dolor, qué dolor, qué pena! ahora que sabemos que volvió y que se convirtió —no en un póster— sino en un icono pop, no está de más recordar que los grandes gestos deben dejarse para las grandes ocasiones, que el gran hermano observa todos nuestros movimientos dactilares y que Winston a las mujeres las hacía cosas mucho peores. Ya saben eso que le dijo, que yo mañana estaré sobrio pero usted seguirá igual de fea.