Diario de León

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El Parlamento es la máxima representación de los ciudadanos. Es el órgano que aprueba las leyes que van a regir la convivencia de los ciudadanos, de todos los ciudadanos. Debe ser un lugar de debate para mejorar esas leyes y para ello dispone de informes y aportaciones de organismos solventes y de técnicos de excelente preparación. El Parlamento es el lugar donde la oposición controla al Gobierno. El Parlamento merece el respeto de todos los ciudadanos, pero también tienen que ser respetado por quienes lo forman.

Ahora, como se ha demostrado en el debate de la moción de censura, todos esos cimientos, esas bases, muestran enormes debilidades y erosiones y la ciudadanía vive de espaldas al Parlamento que lo representa. Una mala noticia para la salud y la calidad de la democracia.

Casi nadie sale con dignidad del Parlamento tras la moción de censura presentada por Vox. Abascal no buscaba ganar la moción ni poner a Vox como el mejor representante de la oposición. Ni siquiera tenía un candidato en sus filas. Es más, si lo que quiere es ganarse un lugar en los futuros gobiernos autonómicos, municipales y nacional con el PP, ha demostrado que resta mucho y suma poco. Tamames aceptó el ofrecimiento pero está en casi todo en las antípodas de Vox y su discurso nunca fue el de un candidato a presidente ni incluía un programa de gobierno, como exige la moción de censura. Y, a pesar de eso, fue una de las pocas voces lúcidas y constructivas que se escucharon en el Congreso.

Sánchez aprovechó la moción de censura para lanzar un mitin y contar sus logros, escondiendo todos sus errores. Una hora y cuarenta minutos para contestar a un no candidato es una burla. Ausentarse durante gran parte del debate, un insulto al Parlamento. Yolanda Díaz, de la mano de Sánchez para echar la zancadilla a Podemos, expuso lo que va a ser la propuesta de Sumar. No era el lugar ni el momento. El PP, ausente Feijóo, tampoco aportó nada. El resto de los partidos, a lo suyo. Y algunos personajes, como Patxi López, de nuevo en el insulto, la mediocridad y el desprecio del adversario.

Si en lugar de 350 diputados, hubiera uno por partido, cada uno con sus votos, perderíamos mucho menos tiempo y dinero. Entre todos están convirtiendo el Parlamento es una institución débil, mal dirigida y utilizada por todos sólo para el espectáculo político. Los diputados, de uno y otro signo, aplauden y abuchean como «hooligans». Y siempre al dictado. Es una ofensa al sentido común y a su cargo.

Algunos sostienen que las voluntades más reaccionarias tienen mucho interés en que se pierda el respeto al Congreso de los Diputados. No digo que no sea verdad, pero quienes tienen hoy la mayoría no hacen nada tampoco para que sea así.

Como ha escrito Toni Roldán, director de Esade EcPol, « el objetivo es siempre generar titulares. Si no lo hace, el líder no estaré en el debate ni en las tertulias» y «las decisiones deben ser ‘sexis’, simples, fáciles de entender y simbólicas para los tuyos. Si, además, generan rechazo del contrario, serán infalibles». No puedo haber un diagnóstico más certero de lo que, entre unos y otros, han convertido al Parlamento. «Los políticos, dijo hace tiempo Chris Patten, hablan mucho del conocimiento pero practican la economía de la ignorancia».

Faltan principios y moderación —algo que sí aportó Tamames—, falta debate abierto, constructivo, faltan consensos y sobran polarización, descalificaciones y excesos verbales. Falta el respeto al papel del Parlamento, que debería ser un lugar de encuentro, y sobra el abuso de una institución central para la calidad y para la salud de la Democracia.

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