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Seguramente todos tenemos la experiencia de cómo la lectura de un libro, o de alguna de sus partes, acaso solo un detalle activa otras lecturas o ratifica, nunca se sabe con qué grado de fiabilidad, datos que tenemos almacenados que hasta pueden conformar una línea de pensamiento al que podemos conceder al menos cierto grado de verosimilitud. Tal me ocurrió con el reciente Si yo me pierdo, en que Víctor Amela recorre la presencia cubana, especialmente habanera, de Federico García Lorca. No es este, sin embargo, el asunto del impacto, sino otro, tangencial, de esta hermosa novela.

En los últimos años del pasado siglo Vázquez Montalbán afirmaba en su libro Y Dios entró en La Habana que los turistas que viajan a Cuba lo hacían por dos motivos principales: el sexual y el de “arqueología de izquierdas”. La verdad es que me parece una mirada en buena parte discutible, por excluyente, acentuada, sin duda, por ciertos comentarios de calle que enlazan con los pre-juicios. No deja de tener, es verdad, cierto porcentaje de ejercientes, sobre todo en el primer caso, que en el segundo la capa está cada vez más caída. Los anales han registrado, especialmente en aquejados de soledad, años, timidez o urgencias emparejamientos con cubanas más frecuentemente, que, en no pocos casos, una vez abandonadas las penurias de la isla y arregladas sus conveniencias aquí, han desaparecido del mapa de los amores con los que cruzaron el mar, hasta puede que jurándose amor eterno. La literatura también se hace eco de situaciones de enunciados parecidos, con sus propias particularidades, naturalmente, en no pocos casos rocambolescas. Algunas historias tejen su desarrollo, no sé si real o ficticio, en este territorio.

Hay una razón que llama la atención en el contexto de todo este juego, llámese como se llame, y es la fama del leonés, masculino y femenino, en esto de los amores, en el segundo puesto del ranking nacional de infidelidades, que el asunto está bendecido por estadísticas y contrastes. Dicen.

Y aquí llega la curiosidad de saber si la elección de Víctor Amela es intencionada o fortuita en este apunte de Si yo me pierdo: “Ariel Yoendri me cuenta algo de una española de cuarenta años que él con veinte templaba tan bien que quiso llevárselo a León. Falló no sé qué…”. Uno quiere pensar que la alusión es pura coincidencia, aunque, según lo que se dice, hasta puede ser ya cliché.