Diario de León

Antonio Manilla

Volverse hierba en primavera

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Llega la estación en que los días crecen y la edad no importa: los niños aumentan la frecuencia de sus juegos como los animales jóvenes los caudales de su sangre, mientras que los viejos se aprestan a que el ancho cauce por el que discurren sus acaso fatigados latidos alcance a regar todas las orillas del alma. Huele a semillas que se alzan desde lo más hondo de la tierra mientras un sol todavía silvestre apenas se atreve a rozar las fronteras de la piel, han regresado las aves y el mundo muy pronto estará dispuesto a sugerirnos el espejismo de que todo está bien hecho con su eclosión de cachorros en flor. La lluvia impregna la vida que se esponja, antes que en ningún otro sitio, en las cunetas, en los resquicios del asfalto, en los jardines abandonados de las familias en ruinas. Estallará abril en nidos y romances mientras las ciudades fingen que aún son invierno alargando las sombras y tentándose las horas para distraer la temprana avidez de esos ojos que se las comen con la mirada. Habrá terrazas, calefactores apagados, un trozo de muralla desmoronándose en alguna parte. Los cuervos de la catedral volarán contra el azul y las palomas robarán en las mesas de turistas asombrados bocados de tortilla.

La primavera es un tiempo de emociones advertidas con los sentidos. Es la estación del anuncio, la del quizá, la de la inminencia. Es víspera de todo y quién sabe si antesala de nada. Una promesa constante de alegría imaginaria, desdichas imposibles, felicidad desapercibida. Las emociones —ocurre casi siempre en la mala poesía— a menudo las confundimos con los sentimientos. Pero la fuente de las primeras es nuestro cerebro más antiguo, son un mensaje preverbal escrito en nuestros genes, simplemente activan la espoleta de una reacción animal casi imposible de evitar. Muchos de nuestros recuerdos memorables ocurren en la primavera irresponsable, que transforma nuestros actos en inimputables como un buen verso cuando se convierte en popular, de todos y de nadie. Entre los poemas de los pueblos aztecas hay uno que dice que niños, jóvenes y mayores «nos volvemos como una hierba». Es eso exactamente. Quizá por eso el gran poeta mexicano Octavio Paz definió la poesía como primavera: el reverdecer de la hierba en la mano. «Cada primavera / nos volvemos como una hierba, / nuestros corazones / se abren verdes y radiantes / y el cuerpo saca unas cuantas flores».

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